TradeSport 163 - Febrero 2009

ts20 El otro día, un cliente al que conozco desde hace mucho tiempo, me llamó para preguntarme si la facturación que tenía pendiente de liquidar a mi empresa estaba asegurada. Mi respuesta inmediata fue preguntarle el porqué de esa pregunta; a lo que me contestó fría y directamente que, como iba a cerrar su empresa en un plazo de cuarenta días, si lo que me debía estaba asegurado, pues que fuera preparando la documentación para cobrar del seguro. Continuó diciéndome que los diferenciales más otros gastos, los cubriría él mismo en un plazo de tiempo indeterminado. Lo que realmente me impresionó de este plan fue hasta dónde es capaz de llegar una persona con una trayectoria profesional de más de treinta años. Puedo aseguraros que se trata de una buena persona, hastiada por problemas de toda índole; una persona desesperada, abatida y transformada por los vaivenes de esta mal llamada crisis financiera. Esta deshonesta estratagema me refrescó la memoria con aquellos acontecimientos deplorables de la Guerra Civil española, en la que personas corrientes de un pueblo se desplazaban al pueblo vecino para asesinar a sus acreedores con la legitimidad que les otorgaba estar viviendo una guerra (estos hechos no aparecieron nunca en los libros de historia). Cabe pensar que en circunstancias límite o de extrema gravedad, puede aflorar lo más cruento, vil e indigno del ser humano; aunque también lo más fraternal y entrañable. Pero para esto último, una sociedad debe vivir bien cohesionada desde la individualidad de sus componentes en todo momento. Lo destructivo es lo que, por desgracia, más abunda en una sociedad de pensamiento casi estrictamente materialista. Al leer esto, uno podría decirse a sí mismo, desde el reposo y la calma, que nunca llegaría a perpetrar semejantes atrocidades, pero se puede también asegurar que cada uno de nosotros desconocemos nuestros más recónditos impulsos en situaciones o experiencias de máxima gravedad. Ojalá que hoy me esté equivocando, pero en tiempos de graves dificultades económicas, fuertes incertidumbres sociales azotando a un pueblo acostumbrado al triunfo, a la competitividad, a la ambición y sobre todo sin demasiada experiencia en este tipo de tormentas, y después de haber dado cobijo en su tierra a un importante numero de emigrantes, es fácil presagiar una intensificación de la delincuencia de todo tipo. Otro conocido que vive en América del Sur, vino a visitar nuestra tierra hace un par de semanas. Me explicaba apasionadamente que esta crisis que vivimos en Europa y Estados Unidos representa, en potencia, una oportunidad de negocio ya que fomenta un pensamiento más creativo y habilidoso. Seguía adornándome su explicación, diciéndome que ellos estaban muy acostumbrados a vivir sistemáticamente bajo el yugo de la crisis, la escasez, la delincuencia, la corrupción, la desigualdad, y todas esas cosas repugnantes. Yo le respondí que ellos, seguramente ya había agotado su paciencia por lograr vivir en un estado de derecho que funcionase en toda regla; y que el hecho mismo de no haber tenido nunca un sistema político realmente estable y democrático durante tanto tiempo, les había convertido en auténticos supervivientes dentro de un caos invencible, pero que nosotros, acostumbrados a vivir tanto tiempo en un aparente estado de derecho estable y real, con su sistema aparentemente democrático funcionando y con tanta abundancia, nos habíamos convertido en ciudadanos indefensos, cobardes e incapaces de reaccionar con inmediatez. Y es que nuestra hiper-dependencia al Gobierno, la Comunidad Europea, al presidente de los Estados Unidos, al Fondo Monetario Internacional, a la OTAN, al Banco Mundial y todo aquello que posee un nombre elegante aunque no sepamos sus contenidos, es nuestro verdadero y más importante fracaso como sociedad, porque ha anulado por completo nuestra iniciativa e individualidad y por que hemos vendido nuestra conciencia a un ínfimo precio. Ahora, desorientados unos y otros por este falso modelo de sociedad que hemos aceptado todos a cambio de humo, somos incapaces de pronunciarnos en conjunto, como la comunidad que deberíamos ser, y salir a la calle para reclamar nuestros derechos, no sólo como ciudadanos, sino también como personas. La tercera historia es, sin ninguna duda, la más triste y preocupante. A unos cincuenta metros escasos de mi lugar de trabajo, una persona de unos cuarenta y cinco años de edad, se disparó un tiro en la cabeza la semana pasada. Moría al instante, dejando huérfanas a tres hijas y viuda a una esposa hastiada. Se trataba de un ejecutivo con diferentes negocios que se había acostumbrado, seguramente, a vivir alegremente a hombros de la vida. Vivía, según personas que trabajaron con él, como un maharajá atesorando, y entre otras opulencias materiales, tenía una veintena de coches de lujo, un helicóptero y varias casas en bonitos lugares de nuestra España. Este hecho aunque parezca algo aislado, no lo es. La primera causa de muerte en la mayoría de países “desarrollados” es el suicidio (por que en lo países pobres no se suicidan) , aunque se oculte por razones sensacionalistas. Según mis últimas consultas, esta causa de muerte ha crecido exponencialmente durante los últimos quince meses. No es una causa aislada de la situación que vivimos y deberíamos pensar que el crecimiento de suicidios es consustancial al apego vital con un mundo que se caracteriza por poseer una concepción severa de lo empírico y el triunfo en lo material como objetivo único. Es muy difícil comprender la psicología del suicida, pero podríamos decir que el mundo del suicida se desmorona sin remedio alguno, destruyéndose con él toda esperanza y confianza hacia uno Desorientados por este falso modelo de sociedad que hemos aceptado a cambio de humo, somos incapaces de pronunciarnos en conjunto y salir a la calle para reclamar nuestros derechos como ciudadanos y, también, como personas [ o p i n i ó n ] œQué será de nosostros?

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