TradeSport 156 - Junio 2008

Antes de nada, una aclaración. Decir “Me encanta la moda” es como decir “Adoro a los perros” o “Amo la democracia”. Amar la democracia no implica tener que hacerlo siempre y bajo cualquier bandera: a veces, la persona menos idónea es la que gana las elecciones. Y adorar a los perros no significa que haya que sonreír cuando un chucho te muerde en un tobillo. En el mundo de la moda hay muchas zonas oscuras, muchas personas despreciables. En última instancia puedes llegar a pensar que carece tanto del alma del auténtico arte como del espíritu de la fe verdadera; que no es, en realidad, sino la glorificación de una mercancía al fin y al cabo. ¿y quién desearía vivir en una jungla de bolsos de mano y mangas con pliegues? La mayoría de los que sobrevivimos empleando el ingenio hemos aprendido a desconfiar del capitalismo, aunque dediquemos gran parte de nuestro tiempo a intentar ganar dinero. Vista de cierta manera, la moda no es otra cosa que puro y duro capitalismo revestido de glamour. También se la ha acusado de fomentar desórdenes de tipo alimentario, de devaluar los valores religiosos, de publicitar subrepticiamente fantasías de violación, de acabar con cualquier tipo de pensamiento profundo favoreciendo la superficialidad, de feminizar al hombre y de emascular a la mujer (aunque, por otra parte, lo mismo ha hecho el rock’n’roll). Desconfiamos de tener que pagar para crearnos al instante una nueva personalidad. Y con razón. ¿Pero qué se supone que tenemos que hacer? ¿Deberíamos sentirnos culpables por disfrutar de prendas diseñadas para nosotros, considerarnos víctimas por desear cosas nuevas y extrañas, unos capullos por prestar atención a la publicidad? Como si llevar un mono de algodón crudo hiciera de alguien una persona mejor que otra que viste Prada, Adam Kimmel o Ann Demeulemeester... Al principio de mi carrera, solía decir que los dos únicos sitios en los que una drag queen de Malasia podría encontrar trabajo en Nueva York eran el cabaret Lucky Cheng y la revista Visionaire. Diez años después, sigo pensando lo mismo. La moda, al igual que el arte, sigue siendo uno de los pocos ámbitos laborales que hace apuestas de riesgo. Doy gracias por una industria que, por método, ha apoyado las excentricidades y estilos de vida marginales de sus figuras clave y convertido el fruto de sus esfuerzos en productos que se adentran en áreas en las que hasta ese momento dominaban los estereotipos. No se puede culpar al prójimo por jugar al único juego en el que se les ha permitido participar. De la moda se ha dicho a menudo que es capaz de despojar de contenido cualquier significante cultural, trapicheando ya con él una vez eliminado aquello que quisiera expresar, convertido en mero bien de consumo. Cuando diseñadores de vanguardia como Viktor & Rolf utilizan imperdibles en su colección para otoño de 2008 e incluso pintan un “NO” en los rostros de las modelos, se están apropiando del punk, vaciándolo de su espíritu de rebelión y de su espectacular rechazo. Por supuesto, el negocio es parte de la moda. Admitamos esto ya. La finalidad de la moda es vestir a la gente, y para eso tiene primero que desembolsar un dinero para las fábricas, los diseñadores, los minoristas y dependientes, y a las revistas en concepto de anunciantes. Pero la subversión también es moda. Las corrientes mayoritarias y las subculturas forman aquí una pareja de baile con objetivos estratégicos. El objeto de toda subcultura es siempre luchar contra las corrientes hegemónicas, y una vez sus signos de identidad terminan asimilados o desfasados, los resistentes han de encontrar nuevos, inesperados, chocantes métodos visuales de rebelión. Si este juego de creación-y-aprociación se hubiese construido dentro del sistema, la mayoría de las mujeres de hoy seguirían llevando vestidos de ir por casa, y ponerse una chaqueta de cuero aún sería sinónimo de buscarse problemas. No te puedes vestir con las revoluciones de tus padres. Pensar que hubo un tiempo en que la ropa tenía algún significado y que Chanel o H&M nunca tendrían que haberse entrometido es ni más ni menos que un ejercicio de nostalgia. Tal como yo lo veo, la moda es el sistema que cada uno emplea para expresar su aceptación o su disensión. La moda es uno de los pocos medios consistentes—o inconsistentes por voluntad propia—de mostrar a los demás quiénes somos. Expresa nuestra individualidad. ¿Pero no es vacua? ¿No es simplemente una fachada ocultando deseos vacíos? Así lo creía yo, pero también creo que hay un momento en que empieza a cobrar peso la responsabilidad de cada uno en cuestiones como significado o vaciedad. ¿Se es menos persona por lucir un logo? Una respuesta afirmativa supone una prognosis bastante negra sobre la identidad de una persona. No todas las mentes creativas y radicales operan fuera de la industria. Hay montones de novedosos, rompedores diseñadores que se publicitan, que ganan dinero; sus creaciones se venden en la tercera planta de los almacenes Barney y, a pesar de eso, son fieles a su visión del arte y de la exploración. Incluso los más elitistas deben reconocer que cualquier intento de cambio (¡esa palabra, en estos días!) sólo tiene éxito cuando saluda al mundo con un apretón de manos. ¿La moda es arte? La pregunta interesante, en realidad, es: “¿Se ha convertido el arte en moda?” Aún hoy es algo que queda feo preguntar. El mundo de las bellas artes pone el grito en el cielo cuando se le compara con el de la moda, y la razón es que sabe lo cerca que eso queda de admitir que lo que realmente determina el éxito o el fracaso de una revolución es el interés del mercado. Por tanto, ¿es merecedor de recelos un proceso creativo que sabe que el producto resultante llevará una etiqueta con un precio? Tanto, en mi opinión, como querer aparentar que estás haciendo algo liberador y al margen del orden establecido cuando tú, y tu galería de arte, os estáis beneficiando de las comisiones por la venta de cada obra. Yo casi admiro la honestidad del mundo de la moda. No intenta disimular el importante papel que el mercado desempeña en su desarrollo. El arte debería poner un espejo más honesto en su camerino. El lado negativo de la moda es su tendencia a fetichizar el objeto en constante cambio. El positivo, que todavía es campo abonado para la toma de decisiones. Aquellos que lo deseen tienen la posibilidad de emplear su imaginación, de coger estos pedazos de material textil y hacen con ellos lo que quieran, jugar con ellos; convertirse, dependiendo de cómo los usen, en hombres y mujeres anuncio o en personas que crean su propio estilo. Nadie desea que su forma de vivir se codifique como un estilo de vida, como las firmas lujosas se aprestan rápidamente a hacer, pero lo mejor para no convertirse en un esclavo de la moda es darse cuenta de su potencial. Los esclavos no abrazan a sus amos. El rechazo no conlleva la revolución. [ o p i n i ó n ] ts48 Moda y revolución La moda les el sistema que cada uno emplea para expresar su aceptación o su disensión; es uno de los pocos medios consistentes de mostrar a los demás quiénes somos. Expresa nuestra individualidad Artículo publicado en la revista VICE (www.viceland.com) por Christopher Bollen , redactor jefe de la revista Interview

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