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tecnogarden 25 tual tasa de degradación ambiental nos pone en contacto con nuevos patógenos y nos deja indefensos. Ahora sabemos que las zoonosis, enfermedades propias de animales que saltan a la especie humana, representan el 70% de las patologías emergentes”, afirman los autores. “La mejor vacuna ante todas estas zoonosis reales o potenciales es una naturaleza funcional y con una buena red de vida, es decir, sana. Una biodiversidad rica reduce significativamente los riesgos de infecciones”, añaden. El texto deja claro que la salud humana no puede aislarse del resto de organismos. De hecho, la salud de la fauna silvestre es la base de la de todas las poblaciones de especies animales, sean humanas, domésticas o salvajes. Este es el concepto que fundamenta el programa One Health (una única salud), que desde hace años se lleva desarrollando bajo el auspicio de Naciones Unidas y que, a raíz de la Covid-19, ha cobrado una importancia y una visibilidad sin precedentes. “Dado que la salud de los ecosistemas afecta directamente a la salud humana, la restauración ecológica es, en realidad, un servicio de salud pública. Necesitamos médicos al uso, los de la medicina tradicional, pero también, y cada vez más, médicos de ecosistemas para que la biodiversidad continúe siendo nuestro colchón protector”, afirman los autores. Dos rupturas metabólicas Tras ocuparse de la crisis medioambiental que se ha ido fraguando durante décadas y la sexta gran extinción, la primera causada por una única especie, el texto aborda las dos grandes “rupturas metabólicas globales”: la primera, la agricultura, y la segunda, el cambio climático. La aparición de la agricultura y la ganadería, que dio paso al Neolítico, modificó nuestra relación con el entorno, pero el salto a la agricultura intensiva durante el siglo XX “reventó el metabolismo de la biosfera” y dio lugar a un modo de cultivo que, según los autores, nos alimenta y nos envenena a la vez. “Las consecuencias de esta producción masiva de alimentos ya están aquí en forma de contaminación, agotamiento de recursos y problemas graves en nuestra salud. Y es que pocas cosas son menos sostenibles que la agricultura actual”, aclaran. Si atendemos a la parte política de esta ecuación, el panorama no mejora mucho, porque los gobiernos carecen de visión global. Por ejemplo, Europa pretende arrancar su economía de la tercera década del siglo XXI en verde, pero para lograr que el balance de sus acciones tenga ese color, no computa los impactos que genera fuera de sus fronteras, de modo que el Pacto Verde Europeo no parece ser tan verde. “La iniciativa es muy loable, pero la Unión Europea depende en gran medida de las importaciones agrícolas; solo China importa más. En el año 2020, la región compró una quinta parte de los cultivos y el 1% de la carne y los productos lácteos consumidos”, señalan. Esto permite a los europeos cultivar de forma menos intensiva. Sin embargo, “no se puede ser muy ecológico en la producción pero importar productos como la soja o el aceite de palma que provocan la pérdida de biodiversidad a 10.000 kilómetros de Europa”, puntualizan. La segunda gran ruptura, el cambio climático, viene dada por la necesidad de cantidades ingentes de energía. Aquí los autores vuelven a ser categóricos: “Para obtener esa energía extra echamos mano de los combustibles fósiles, rompiendo el equilibrio entre la fijación de carbono por fotosíntesis y la emisión de carbono por quemar esos combustibles. Nosotros podemos decidir ahora donde dejar el carbono, en el suelo o en la atmósfera. Y ya sabemos lo que pasa con el clima si lo dejamos en la atmósfera”. Además, señalan, “el cambio climático avanza, es perjudicial para nuestra salud, y no entiende de ideologías ni políticas”.

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