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ARTÍCULO 44 tecnogarden I´m a vampire, babe Un mundo de oportunidades: plantas parásitas Algunas personas aseguran que las atrocidades que cometemos en la ficción son aquellos deseos internos que no podemos realizar en nuestra controlada civilización, por lo que en su lugar son expresados a través del arte. No estoy de acuerdo. Creo que el cielo y el infierno son lo mismo. El alma pertenece al cielo y el cuerpo al infierno» (Jack, versículos 20 al 24). No es una declaración de intenciones, es una explicación final a la obra de su vida: su casa. Una hermosa casa construida con sudor, sangre y huesos. Jack se revuelve contra la ficción y lleva el arte a la realidad más tangible, más palpable. Se satisface artísticamente, en un acto de egoísmo extremo, minimizando la culpa, el dolor e incluso la vida ajena. Jack, por si no había quedado claro, es un psicópata narcisista que se alimenta de su entorno hasta saciarse. Joe, sin embargo, no llega a ser narcisista. No llega a sentir compasión o empatía, pero tampoco tiene un sentido desmesurado de su propia importancia ni una explicación final de su obra. A veces, sin embargo, se justifica, pero como todo el mundo acaba haciendo ante el peso de los pecados propios. «Tal vez la única diferencia entre las demás personas y yo es que yo siempre exigí más de la puesta de sol. Colores más espectaculares cuando el sol llega al horizonte. Tal vez ese sea mi único pecado» (Joe, 19-22). No excusemos nosotros a Joe. Su sentido artístico no es el de Jack, y por tanto su moralidad no llega a ser tan límite, pero al fin y al cabo ambos buscan lo mismo: placer, y a toda costa. Y para ello no puedes esperar a la sociedad, tienes que reventarla, actuar a sus espaldas y en muchos casos en su contra. Pero tampoco puedes no tenerla en cuenta. Tienes que utilizarla necesariamente, no puedes separarte de ella. Debes hincarle los colmillos en el cuello y succionar violentamente sin estar atento a si pierde la conciencia. Es el mito del vampiro contemporáneo

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