80 SECTOR en dos de los tres aspectos siguientes: índice de mariposas de los pastizales, diversidad paisajística de las tierras agrícolas y reservas de carbono orgánico en suelos de cultivo. Además, pide la adopción de medidas para aumentar el índice de aves comunes ligadas a medios agrarios, ya que estas son buenos indicadores de la salud medioambiental. Aunque el texto normativo no lo señala expresamente y no hace referencia a ella, estos objetivos coinciden con los que directa o indirectamente persigue la agricultura de conservación a través de sus tres ejes de actuación fundamentales, la supresión del laboreo, el mantenimiento de una cobertura vegetal en el suelo y la rotación o diversificación de cultivos. Este sistema de cultivo se puso en práctica por primera vez en Estados Unidos en los años 50, según explica Antonio López-Francos, administrador de Proyectos y Redes Colaborativos en el Centro Internacional de Altos Estudios Agronómicos Mediterráneos (CIHEAM) de Zaragoza, desde donde coordina el proyecto CAMA (Conservation Agriculture in the Mediterraneam Area). El objetivo, dice, es “conservar el suelo, evitar su erosión y degradación”. Lógicamente, si hablamos de recuperar ecosistemas degradados, atender el suelo donde radican esos hábitats, el suelo agrícola en este caso, es un paso ineludible. En España y en la cuenca mediterránea, según se puso de manifiesto en el seminario internacional sobre el futuro de la agricultura de conservación celebrado a principios de marzo en el CIHEAM, con la agricultura de conservación no solo se evita la degradación del suelo y se mejora su estructura, sino que se conserva mejor el agua, factor clave en todo el Mediterráneo. López-Francos no alberga dudas sobre la eficacia de estas prácticas frente al cambio climático, uno de los males que la ley europea quiere conjurar. El sistema de conservación frena las emisiones de carbono porque precisa menos uso de maquinaria y, por tanto, quema menos combustible; también porque sus necesidades de abonado son menores y porque la retención de carbono (objetivo expreso de la ley) en las primeras capas del suelo aumenta. Es decir, contribuye a la mitigación, pero también a la adaptación al cambio climático a través de la mejora de la gestión del agua, que será crucial en momentos críticos como los que se esperan. Por otra parte, si se tienen en cuenta las conclusiones de la primera evaluación de riesgo climático en Europa que acaba de publicar la Agencia Europea de Medioambiente, el valor de la agricultura de conservación crece, pues el europeo es el continente que más rápidamente se calienta y en el sur cabe esperar una considerable disminución de la precipitación total y sequías más severas. Conclusiones que sirven al eurodiputado Luena para hacer hincapié en la necesidad de que “nuestros ecosistemas tengan buena salud porque son fundamentales para nuestra adaptación al cambio climático y para nuestra resiliencia”. De esta salud dependerá la seguridad alimentaria, según indica. Preguntado por el papel a desempeñar por la agricultura de conservación, afirma que serán los Estados miembros los que decidan sobre las medidas a adoptar, pero que, efectivamente, “esta puede ser una de ellas”. Luena recuerda que en el Anexo VII de la ley se pueden encontrar ejemplos de medidas de restauración y que, entre ellos, figuran, por ejemplo, el cultivo múltiple y la rotación de cultivos. CIHEAM Zaragoza acogió en marzo el seminario internacional sobre el futuro de la agricultura de conservación en el Mediterráneo.
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