A fondo: Análisis 2020 | In depth: 2020 Analysis FuturEnergy | Diciembre 2020-Enero 2021 December 2020-January 2021 www.futurenergyweb.es 35 ponente de oportunismo con dos objetivos definidos; por un lado, captar los fondos disponibles para la recuperación económica y, por otro, de acuerdo con lo establecido por el Reglamento 852 de la CE, el establecimiento de una línea de continuidad de las actividades esenciales del negocio del sector energético tradicional. Su manera de conseguirlo es aprovechando la capacidad de lobby y de presión que siempre han mantenido y ofreciéndose a seguir siendo los líderes del cambio, dejando al margen la necesaria reflexión de sus consecuencias, tanto ambientales como sociales, que, desde el punto de vista de la Responsabilidad Social Corporativa, deberían asumir. Conjuntamente, durante este 2020 hemos podido observar como el lenguaje de las diferentes apuestas energéticas renovables ha ido incorporando y creando nuevas denominaciones específicas, no para clarificar opciones, sino para validar procesos y posiciones aprovechando el concepto de origen. En este punto, tanto la aparición de los autodenominados gases renovables, o, incluso, del hidrógeno de origen renovable, engalanado con el adjetivo verde, en los que el concepto renovable pretende validar la apuesta por el gas natural, tanto en la distribución como en el uso, son un fiel reflejo del interés por mantener una estructura del sistema energético definida desde el punto de vista de la oferta y, por supuesto, amparando los intereses de las grandes corporaciones. Esto no es nuevo y puede acabar, como ya ha pasado en repetidas ocasiones, convirtiendo las iniciativas de inversión privadas en un aumento de los costes regulados de la energía para los consumidores. En esta dirección, y fruto de la laxitud generada alrededor del concepto de sostenibilidad, estamos viendo cómo se utiliza con mucha alegría y demasiada frecuencia la necesidad de neutralidad tecnológica, pero, no en toda la extensión del término, sino solo en lo que se refiere a los procesos locales de transformación, lo que permite manifestar el cumplimiento de compromisos de emisiones con carácter local, olvidando la necesidad de que se extiendan con un carácter global. Esta situación no deja de ser paradójica porque, tenemos la posibilidad de que los fondos Next Generation se apliquen a su finalidad de la recuperación económica y de cambio de paradigma energético, permitiéndonos avanzar en un desarrollo económico y social más respetuoso con el medioambiente y más sostenible, al mismo tiempo que nos olvidamos de que este esfuerzo debe ser inclusivo y distribuido tanto a nivel de territorio como de las personas. 2020, en definitiva, ha sido un año para olvidar, pero también puede ser, dependiendo de las decisiones claves que aún están por tomar, el año en el que se produzca el mayor avance en la adopción de un nuevo orden energético. Si verdaderamente queremos cambiar el ineficiente e insostenible modelo que ahora tenemos y que está hipotecando a las generaciones futuras, deberíamos pensar que este cambio debe llevarse a cabo según las necesidades colectivas que demanda la sociedad, considerando a la energía como un bien de primera necesidad y no exclusivamente como un negocio. Se trata de no olvidar lo que nos atañe y preocupa del día a día: fomentar el consumo responsable, conseguir el acceso universal a la energía, disponer de señales de precio transparentes, pagar por lo que realmente consumimos y, en definitiva, ganar grados de libertad. Quizás, por el interés de pensar o soñar con un futuro mejor, nos estamos olvidando de reestablecer los derechos perdidos bajo la excusa de las sucesivas crisis que se han producido. This business pragmatism in favour of renewables, apart from the commitment to a different future, contains a significant amount of opportunism with two defined objectives: firstly, to capture the funds available for the economic recovery; and secondly, in accordance with the provisions of the EC Regulation 852, to establish a continuous line of vital activities of the traditional energy sector business. Their way to achieve this is to use pressure and the lobbying capacity that has always existed and offer to continue to be the leaders of the change, leaving aside the necessary reflection of their social and environmental consequences which, from a Corporate Social Responsibility standpoint, they must bear. 2020 has shown us how the language of the different renewable energy commitments has gradually been incorporated to create new specific denominations. These do not clarify options, but rather validate processes and positions making use of the concept of origin. On this point, both the emergence of the so-called renewable gases and even, renewably sourced hydrogen, now embellished with the adjective “green”, in which the renewable concept aims to validate the commitment to the distribution and use of natural gas, are a true reflection of the interest in maintaining an energy system structure defined from the point of view of the offer and, of course, one that embraces the interests of major corporations. This is nothing new and can end up, as has already happened on repeated occasions, turning private investment initiatives into an increase in the regulated costs of energy for consumers. In this regard, and due to the lax approach to the concept of sustainability, we are seeing how the need for technological neutrality is freely and all too often used, not in the fullest extent of the term, but only as regards the local transformation processes, which allows compliance with local emissions commitments to be expressed, ignoring the need for their global reach. This situation remains a paradox because, we have the possibility that the Next Generation funds are applied to achieve the economic recovery and the change in energy paradigm, enabling us to progress towards a more sustainable and environmentally friendly social and economic development, while ignoring the fact that this effort must be inclusive and distributed at both personal and territorial level. 2020 in short has been a year to forget but, depending on the key decisions that are still waiting to be taken, it can also be the year in which the greatest progress has taken place in the adoption of a new energy order. If we genuinely want to change our current inefficient and unsustainable model that which is mortgaging the future generations, we must reflect that this change needs to take place in line with the collective needs that society demands, considering energy as an asset of primary need and not exclusively as a business. This involves remembering what is incumbent on us all and which concerns us in our daily lives: encouraging responsible consumption, achieving universal access to energy, having access to transparent price signals, paying for what we really consume and, in short, gaining degrees of freedom. Perhaps, in the interest of thinking or dreaming of a better future, we are neglecting to re-establish the rights lost under the pretext of the successive crises that have arisen.
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