62 REPORTAJE NUEVAS RESPUESTAS, MÁS INTERROGANTES Los avances en epigenética han constatado la influencia del ambiente sobre los procesos biológicos, y probado que los hábitos de vida afectan a las causas primarias del envejecimiento. También se sabe que la etapa de crecimiento en humanos, desde la fase intrauterina hasta los 20 años de vida, es decisiva porque hay una mayor división celular, y cuanto suceda a las células en ese tiempo marcará la salud del individuo durante toda su vida. Los profesionales de la salud en las sociedades occidentales llevan años alertando de las consecuencias del modo en que nos alimentamos, y la medicina antienvejecimiento incide en ello: comemos demasiado, y demasiado mal. Se ha comprobado que la restricción calórica –mantener los nutrientes reduciendo las calorías– alarga la vida en ratones y que determinadas intervenciones dietéticas mejoran el estado de salud, pero aún no se sabe por qué. Esta cuestión, la alimentación, nos conduce a otra de las claves identificadas como relevantes en el proceso de deterioro celular, la disbiosis. Es la alteración en la composición y función de los microorganismos que nos habitan –el microbioma–, y que está relacionada con enfermedades como el cáncer, la degeneración macular y también con alteraciones emocionales. Buena parte de los estudios se centran en la intervención sobre la microbiota intestinal, y ya se ha demostrado en laboratorio que el trasplante de heces consigue rejuvenecer ratones ancianos. El microbiolólogo Manuel Sánchez Angulo sugería recientemente en la revista The Conversation “guardar una muestra de heces cuando se es joven para tratar de curar tus dolencias en la madurez”. Todas las células de nuestro organismo contienen exactamente lamisma información en su núcleo, nuestra particular secuencia de ADN, nuestro irrepetible genotipo: 3.000 millones de piezas, únicas en su disposición. Cada gen lleva las instrucciones –codifica– para la fabricación de una proteína determinada, con su correspondiente función específica en el organismo, e identificar qué proteína codifica cada gen es la laboriosa tarea en la que están volcadas las múltiples disciplinas que conforman la investigación antienvejecimiento. Se identifican continuamente nuevos marcadores, también hay novedades en las tecnologías de edición genética, y se combinan estrategias que conjugan el conocimiento adquirido hasta ahora. Ya es posible sobreexpresar y silenciar genes, alargar los telómeros activando la telomerasa –obligado aquí citar a María Blasco, por su extraordinaria aportación en este campo–, activar la autofagia con senolíticos y determinados nutrientes, estimular el sistema inmunológico con vacunas de células senescentes, tratar el envejecimiento prematuro creando moléculas bloqueadoras, dirigir la evolución de enzimas para producir fármacos, diseñar proteinas, o reprogramar células madre agotadas para que vuelvan a su estado embrionario e inducirlas a adquirir cualquier otra identidad. Y muchos interrogantes: por qué animales grandes y longevos no desarrollan tumores, por qué hay medusas inmortales, o por qué algunas personas tienen mayor eficiencia en su respuesta al daño celular. Los estudios sobre centenarios y supercentenarios tratan de determinar qué genes y qué procesos son comunes o característicos en ellos. Según las investigaciones del fisiólogo José Viña, investigador del CIBERFES (Centro de Investigación Biomédica en Red)) estos individuos muestran ventajas en los mecanismos de apoptosis y de regeneración celular. Tras un cuarto de siglo acumulando conocimiento parece que el capital privado considera que ha llegado el momento de volcar estos saberes en nuevos tratamientos. Con ese objetivo nació en 2020 la compañía Altos Labs, financiada por multimillonarios como el americano Jeff Bezos y el ruso Yuri Milner, que ha reclutado a los mayores expertos mundiales en envejecimiento para que investiguen a sus anchas, con total libertad y presupuestos estratosféricos. Allí están ya Manuel Serrano, Pura Muñoz-Cánoves, investigadora, hasta ahora, del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) y de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), María Abad, directora del Grupo de Plasticidad Celular y Cáncer del Instituto de Oncología de Vall d’Hebron (VHIO), y Juan Carlos Izpisúa, investigador en el Instituto Salk de Estudios Biológicos de La Jolla (EE UU), y al frente de Altos Labs en San Diego. Una de las últimas contribuciones de Izpusúa al campo que nos ocupa es la posible cura de la progenia, una enfermedad minoritaria que causa envejecimiento acelerado en niños y adolescentes. Entretanto ellos buscan el modo de procurarnos una vida mejor, tomemos el consejo de López-Otín en recientes declaraciones: “Para frenar el envejecimiento nada mejor que vivir con mayor serenidad y así reducir los niveles de cortisol y mejorar nuestra respuesta inmune". Al final, la fuente de la eterna... salud siempre estuvo en nuestro interior. n
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