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que hacemos es poner una guirnalda de bombillas de colores? ¿Qué papel tiene aquí la luz? ¿Tiene una simple función ornamental o hay una carga cultural y emocional latente? Muchas situaciones de encuentro tienen presente en el centro un objeto de ilumi- nación artificial, desde una luminaria de suspensión hasta unas velas encendidas. En la anterior edición de iCandela men- cionamos la luminaria Disa del arquitecto José Antonio Coderch, premio Delta de Oro FAD en el año 62, que éste diseñó expresamente “para reunir a las familias a su alrededor” y a la que otorgó unos tonos rojizos que imitarían el efecto de las brasas de las chimeneas, en un acto de alto contenido simbólico. Un gesto parecido fue el del arquitecto Jordi Badia al diseñar unas luminarias para exterior con aspecto doméstico para los jardi- nes del edificio Alta Diagonal, también mencionadas en este medio hace poco, alrededor de las cuales ahora los ofici- nistas mantienen sus reuniones. Y es que, efectivamente, la luz que pone- mos para estudiar, trabajar o comer también es cultural, como lo fueron la primera antorcha y la primera lámpara de aceite. Cuando usamos una u otra luz para rea- lizar una actividad solemos atenernos a aspectos como la direccionalidad o la temperatura de color para satisfa- cer nuestras necesidades de confort. Pero esto no es siempre así. ¿Cuántas veces hoy en día escuchamos que “la luz blanca (o fría) es más para baños o cocinas”? Objetivamente no tiene nin- gún sentido, pues la luz fría tiene menos capacidad de reproducción cromática, con lo que dará a la comida que prepa- ramos un aspecto menos apetecible, y ya ni hablemos del aspecto que dará a nuestra cara en el espejo cuando, recién levantados, nos maquillemos o nos afei- La luz como elemento festivo y emo- cional. Fotografías del efecto láser en el bar musical Pachito de Sitges. Foto: Víctor Jordá. 19 EXPERIENCIA

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