ELECTROMOVILIDAD 32 Reino Unido se plantean limitar el uso de vehículos eléctricos en momentos de escasez energética. Sin embargo, al analizar esas medidas es fácil ver que se trata de acciones temporales para adaptarse a una coyuntura energética, y en modo alguno prometen ser cambios estructurales. Por otro lado, tecnologías como la gestión dinámica de la recarga, o las soluciones de recarga inteligente (smart charging) en general, pueden y deberán resolver este tipo de coyuntura para aprovechar el máximo de potencia con el mínimo consumo, sea distribuyendo la energía demandada entre vehículos, adaptándola a los horarios de mayor disponibilidad o reduciéndola a la cantidad imprescindible. Pero ni la ampliación de medidas de fomento de la electromovilidad en los distintos países, ni las mejoras legislativas en Europa o Estados Unidos, ni la apuesta desde las empresas, y ni siquiera la adaptación tecnológica a esta y otras crisis energéticas tienen, en mi opinión, el mayor peso en esta cuestión. El verdadero poder reside en el cambio estructural y de mentalidad resultante de toda esta rápida evolución del sector. La apuesta por la sostenibilidad y la electromovilidad ha coincidido con una reacción en cadena en el mundo tecnológico que ha ayudado a poner en valor aspectos fundamentales para la movilidad eléctrica, entre los que se destacan cuatro: por un lado, la apuesta de cada país por el control sobre la cadena de suministro de materias primas para baterías y componentes –como el litio, el níquel y el cobre–; por otro, la mejora drástica de la tecnología de eficiencia de las baterías al pasar de las CTM (cell to module) a CTP (cell to pack); en tercer lugar, el reconocimiento de la gestión de la potencia, de la mejora de la experiencia de usuario y de la optimización de costes como puntos clave para las infraestructuras de recarga, y, por último, la expansión de la red de recarga para una mayor accesibilidad para los conductores. Todos ellos son factores que a priori no tienen una relación directa con la venta, pero sí allanan el camino para que la electromovilidad acelere y levante por fin el vuelo hasta equipararse (o incluso superar) a los vehículos de combustión. Nadie tiene la bola de cristal que permita saber exactamente si, el próximo 31 de diciembre, podremos asegurar que ha sido este ya el año del eléctrico. Pero la acumulación de evidencias hace pensar en un futuro cada vez más eficiente y más impulsado por vatios (W) que por julios (J). Si no queremos perder la oportunidad, habrá que enchufarse al cambio. Cada vez son más los conductores que, teniendo un vehículo de combustión y uno eléctrico prefieren usar este último no sólo por su falta de emisiones sino también por su precio cada vez más reducido y su mejor rendimiento.
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