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ARQUITECTURAS DEL MOVIMIENTO MODERNO principal se combina compositivamente con un campanario exento y la decoración con puntas de granito, de ambas piezas, da coherencia al conjunto. Se accede al templo mediante una escalera descendente que enfatiza el aspecto tectónico y geológico del edificio. Precisamente sobre el acceso encontramos el famoso friso de los apóstoles del escultor Jorge Oteiza. En el planteamiento de los arquitectos, las obras artísticas son inseparables del proyecto arquitectónico y algunas estuvieron rodeadas de polémica. En Aránzazu se dio la primera colaboración entre Francisco Javier Sáenz de Oíza y el célebre escultor Jorge Oteiza, iniciando así una prolífica relación profesional. La obra de Oteiza, en concreto el friso de los apóstoles, estuvo en el epicentro de las críticas de las autoridades religiosas. Para Oteiza, las intervenciones en la basílica inician una serie de obras en las cuales supera la visión puramente decorativa o superficial, para adentrarse en la reflexión sobre el propio espacio arquitectónico. El friso de los apóstoles es también una reflexión sobre el arte megalítico y la escultura precolombina que Oteiza había conocido en su reciente viaje a Iberoamérica. La heterodoxa iconografía del friso de los Apóstoles –representó catorce– así como su estética eran demasiado vanguardistas a juicio de las instituciones eclesiásticas. El obispado de San Sebastián ordenó la suspensión cautelar de los trabajos por “no expresar adecuadamente el arte cristiano”, acusándole prácticamente de herejía y paralizó la colocación de las piezas. No fue hasta 1968 cuando se levantó el veto eclesiástico y se colocaron el friso de apóstoles y la imagen de la Virgen con el hijo muerto a sus pies. Más allá de Oteiza, una generación de artistas, desconocidos en la década de 1950, participó de una forma u otra en la construcción de la basílica. Una de las claves para entender la importancia otorgada a Aránzazu en la cultura vasca contemporánea es precisamente la cantidad de artistas que trabajaron en ella –muchos de ellos jóvenes que, más tarde, serían artistas consagrados–. Por ejemplo, las puertas del templo, realizadas en hierro y en un estilo geométrico por un joven Eduardo Chillida, causaron una honda impresión en Oteiza. A pesar de la desaprobación inicial de su obra por parte de la sociedad conservadora guipuzcoana, el prestigio internacional que muchos de estos artistas han cosechado justifica plenamente su selección. Hoy en día, el edificio es muy querido y está considerado como uno de los conjuntos de obras de arte que mejor refleja el carácter vasco.n Friso de los Apóstoles, de Jorge Oteiza, enmarcado entre las puntas de granito. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico. Interior de la basílica desde el altar. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico. Interior de la basílica. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico.

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