El INC, a través del Plan Nacional Transformación y Colonización, emprendió la ingente tarea de modernizar el campo español. Para ello, fue necesario crear las infraestructuras para resistir las épocas de sequía e implantar nuevas modalidades y técnicas agrícolas, más eficientes. Además, sería necesaria la construcción de nuevos asentamientos rurales, vinculados a programas de desarrollo local que promovían la repoblación y fijaban la población más allá de las grandes ciudades. En conjunto, este programa y otros que le siguieron, tuvieron un gran impacto territorial y unas consecuencias sociales, económicas y paisajísticas de gran calado en muchas provincias españolas. Desde el Instituto se construyeron más de 300 nuevos pueblos que alojaron, en un primer momento, a más de 55.000 familias. A los nuevos pobladores se les otorgaron viviendas y tierras en propiedad, siempre y cuando fueran aceptados como ‘válidos’ y cumplieran con las estrictas reglas morales que el Régimen imponía. Podemos encontrar ejemplos en un buen número de provincias españolas, si bien es cierto que, en muchos casos, la evolución natural de los espacios urbanos ha ido enmascarando la pureza y la coherencia del proyecto original, resultando a menudo irreconocible. ARQUITECTURAS DEL MOVIMIENTO MODERNO Los pueblos seguían un modelo normalizado: siempre tenían como punto central y referencial la iglesia, acompañada de una plaza central o un centro cívico, que era el escenario de la vida comunitaria. Las viviendas unifamiliares reinterpretaban la arquitectura vernácula en clave de modernidad e incorporaban servicios como baños y retretes propios, algo extraordinario en la empobrecida España rural. Grandes arquitectos de la modernidad española, como Alejandro de La Sota, dejaron magníficas obras en las que asumieron el diseño de hasta el más mínimo de los detalles e introdujeron el racionalismo en un contexto y un programa poco habituales en la Europa del momento. Numerosos pueblos como Miraelrío, Poblenou del Delta, Esquivel, Entrerríos o Villalba de Calatrava dan buena cuenta de ello y conservan, aún hoy, su encanto. El ‘redescubrimiento’ de los pueblos de colonización va unido a la revaloración de un arquitecto poco conocido y que firmó algunos de los pueblos más bellos (Vegaviana entre ellos), se trata de José Luis Fernández del Amo. Fernández del Amo contribuyó a la reconstrucción de localidades y edificios que habían sido dañados durante la Guerra Civil, entrando en contacto con la arquitectura popular del Sur peninsular, por ejemplo, de los pueblos blancos de las Alpujarras. En Almería construyó el barrio de la Chanca que, años más tarde, recibiría la atención de fotógrafos y escritores, como Juan Goytisolo, por su compleja realidad social. Como arquitecto del INC recibió el encargo de construir varios pueblos. En el noroeste de Extremadura, cerca de Moraleja, nacería Vegaviana, un poblado para 2.000 personas. Está situado en un enclave que mutó su paisaje de encinas por el regadío, gracias al nuevo embalse del Borbollón. En la ribera del arroyo Tinajas, en un terreno llano con suave pendiente, del Amo construye 232 viviendas de colonos y sus dependencias agrícolas, 60 viviendas de obreros, Ayuntamiento, edificio social, artesanías y comercio con sus viviendas, posada y bar, escuelas, viviendas para maestros, iglesia con local de Acción Católica y casa rectoral, hermandad sindical y cooperativa. En Vegaviana, la sensibilidad del arquitecto con el lugar se expresa en todas las escalas del proyecto: nace de una delicada relación entre arquitectura y paisaje, en el enclave de un encinar que no desaparece, sino que convive con el proyecto, mezclándose con las viviendas blancas. Las calles del pueblo se extienden hacia el paisaje, en sendas que llevan hacia las parcelas de labor. Poblado de Colonización de Vegaviana. Foto: Joaquín del Palacios (Kindel) - Herederos de Kindel. Vista aérea del pueblo de colonización de Vegaviana. Foto: Archivo José Luis Fernández del Amo.
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