Maquinaria Agrícola

EL APUNTE A finales de mayo tuve la oportunidad de visitar Nebraska, uno de los míticos estados del interior de EE UU pertenecientes a eso que conocemos como “América profunda”. En el canal web de Interempresas y también en la revista venimos publicando una serie de reportajes con los que pretendemos mostrar su realidad agroalimentaria, que se encuentra notablemente alejada de la española desde el punto de vista de los productores agrícolas y ganaderos. En el número anterior (A203) salimos al campo a comprobar el impresionante grado de preocupación que muestran los agricultores por la salud del suelo. A continuación, nos adentramos en una granja de vacuno de carne (A204) que sirve como ejemplo de lo que supone esta industria para Nebraska. No en vano hay 3,5 veces más cabezas de ganado que seres humanos. Con la edición de octubre (A205) completaremos este especial poniendo el foco en la industria y, como no podía ser de otra forma para esta publicación, con un reportaje específico del gran Laboratorio de Ensayos de Tractores. Más allá de la exposición de datos, imágenes, vídeos, declaraciones… que contienen los reportajes, quiero aprovechar este espacio de opinión para compartir una de mis conclusiones profesionales de este viaje, y que viene a reforzar la posición de quienes pensamos que el campo tiene futuro y la batalla por evitar el despoblamiento de determinados territorios estamos obligados a ganarla. Porque, de no ser así, la España que dejaremos a las próximas generaciones será sustancialmente diferente a la que conocemos en este primer tercio de siglo XXI. Nebraska tiene una superficie similar a la mitad de España y su población no alcanza los 2 millones de personas. Echen cuentas y piensen si es o no una zona atacada por la despoblación. Allí, al igual que sucede en nuestro país, la forma más habitual de llegar a la agricultura y/o ganadería es por herencia familiar. Los negocios siguen adelante, pero introduciendo matices importantes. El joven (38 años) granjero Chad Buell es un buen ejemplo de ello: trabaja en el rancho familiar donde gestiona centenares de cabezas de ganado en las Grandes Llanuras. Pero Chad, que es padre de dos hijos, ha trasladado su residencia al núcleo urbano más próximo, situado a unos 50 km de su lugar de trabajo, trayecto que realiza diariamente de ida y vuelta. ¿Por qué? “Por estar cerca de los servicios básicos para mis hijos, como la escuela o el médico, pero también porque lo que nos ofrece una pequeña ciudad no lo tenemos allí, por mucho que nos apasione ir los fines de semana y, en mi caso, trabajar todos los días”, explica Chad, quien con esta decisión elige el relativo anonimato que le concede una zona urbana frente al mayor reconocimiento social y profesional que gozaría en el campo. Porque, también quiero incidir en esto: ser ranchero es ser “alguien” importante en la sociedad rural de Nebraska. ¿Es extrapolable el caso de Chad a la realidad española? Por supuesto que lo es. Y ya son muchos los agricultores/ganaderos jóvenes o de mediana edad que así lo hacen. Porque, no nos llamemos a engaño, los tiempos cambian y una parte de la juventud por supuesto que puede, y ojalá sea así, desarrollar su futuro profesional en el campo, pero sin necesidad de mantener presencia 24/7. Eso sí, el negocio ha de ser rentable porque, no de no serlo, los padres serán los primeros en instar a sus hijos a marcharse a la ciudad a ganarse la vida. Tomando nota por Nebraska

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