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Jefe al agua

Ibon Linacisoro
Director
15/02/2007
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En una pequeña aldea de los Estados Unidos, en el Estado de Washington, habita una tribu de irreductibles que basan toda su defensa en el poder que les otorga una poción mágica secreta. Desconocemos sus ingredientes, que por eso es secreta, pero sabemos que son indispensables algunos como muchas horas de trabajo. También cohabitan con los que toman la poción, aquellos que de bebés cayeron en la marmita del saber e impregnaron sus inocentes sesos con un revestimiento que les dota de un saber infinito. Aún a pesar de las amenazas externas, la aldea sigue llevando una vida feliz y calmada entre árboles y pajaritos. Es como un mundo perfecto donde el trabajo ocupa el primer lugar y todo lo demás se disputa discutibles plazas en un ranking muy poco humano. Pero allí, en el núcleo geográfico donde Microsoft decide cómo trabajaremos la mayoría de los que afrontamos cada día con un ordenador delante, existen costumbres que vienen de muy lejos en el tiempo. Algunas de ellas son muy humanas y están relacionadas con las ganas que se le tienen al jefe. Debe el lector disculpar esta expresión, pero pensamos que es la que más se ajusta a la realidad. Bien, decíamos que estas costumbres salen de lo más primitivo del ser humano, de esa parte irracional que todos tenemos, de ese “me lo pide el cuerpo”, un deseo que sale del alma y llega a las extremidades atajando, sin pasar por el filtro del cerebro. Está admitido, por ejemplo, tirar al jefe al lago (sí, sí, tienen un lago) si un proyecto se termina antes del plazo fijado. No reciben un premio, ni se van de fiesta para descargar tensiones. No. Le cogen al jefe de brazos y piernas y le tiran al lago, lo cual, como no tiene ninguna lógica, no hace más que dar por hecho que, al jefe, se le tiene ganas. Llevado esto a otros ámbitos de la vida, lo mismo podríamos hacer con un alcalde, caso de que ocurriera un hecho excepcional como lo sería el que una obra pública finalizara antes del plazo previsto. Y así con todo y en todos los niveles.

La productividad en España está un tanto baja si se compara con la de otros vecinos europeos, pero sí ocurre a veces que las cosas se terminan antes del plazo previsto. De generalizarse esta costumbre de la eficiencia extrema, comenzaríamos con un nuevo problema, especialmente en aquellas zonas del territorio español donde escasea el agua. Imagínense estanques, lagos, pantanos, ríos mostrando sus fondos agrietados sobre los cuales posan los jefes doloridos y embarrados. A nada que un pequeño porcentaje de los proyectos se terminaran antes de tiempo y que una pequeña parte de la población se decantará por el sistema “jefe-al-agua” mostraríamos al turista una España impresentable. Y no es descabellado. Ahora que el sector del automóvil nos ha dado algunas buenas noticias, como que el Opel Meriva se hará en Zaragoza, parece obvio que en algunos sitios son capaces de demostrar que pueden mejorar la oferta de otros países a priori más baratos. Y de aquí a reducir los plazos hay un paso... y a terminar antes de plazo, otro pasito y así, señores, todos los jefes al agua... que algo habrán hecho para merecerlo.

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