La primera pregunta
Imagen de la portada de la novela La mutación sentimental, de Carme Torras.
Un arqueólogo halla, y luego estudia su hallazgo asistido por múltiples disciplinas. El científico difícilmente se da de bruces con un nuevo eslabón en la cadena de la ciencia; para encontrar, debe tener una buena hipótesis al respecto. En fin, lo que se llama hacer la pregunta correcta.
“La calidad de nuestras vidas la determina la calidad de nuestro pensamiento. La calidad de nuestro pensamiento, a su vez, la determina la calidad de nuestras preguntas, ya que las preguntas son la maquinaria, la fuerza que impulsa el pensamiento. Sin las preguntas, no tenemos sobre qué pensar”, se cita en El Arte de Formular Preguntas Esenciales, editado por Foundation for Critical Thinking. Pues como en ciencia, la sociedad debería hacerse algunas preguntas correctas. El primero de nosotros, los humanos, se preguntó porqué: porqué había noche y día, porqué llovía o porqué tenía dolor de barriga. La curiosidad y la imaginación en un mundo donde todo estaba por inventar y descubrir, hicieron el resto. Las reacciones bioquímicas que se producen al aprender algo nuevo dan lugar a sustancias (neurotransmisores) generadoras de placer. Así que dimos rienda suelta a nuestro entusiasmo creativo, seguramente sin preguntarnos hacia dónde.
Dotados a estas alturas de extraordinarias tecnologías a las que vamos traspasando algunas de nuestras tareas cerebrales habituales en virtud de una mayor comodidad y efectividad, algunos estudios nos ponen sobre alerta. Esta ‘externalización’ de tareas, y dada la economía de recursos que rige nuestro funcionamiento biológico, puede comprometer la capacidad cerebral de aprender, en tanto que disminuye algunas capacidades como la atención, la concentración, la memoria o el pensamiento profundo, la reflexión. La mismísima y aparentemente infinita red de redes, nos propone paradójicamente un mundo menguado y menguante; pequeños universos hechos a medida de nuestros supuestos intereses según los cálculos de un algoritmo claramente imperfecto y para el cual no somos más que un target al que persuadir. En este contexto, también se establecerán nuevas conexiones neuronales que modificarán la estructura cerebral a través de los nuevos requerimientos que conlleva el uso de las tecnologías. La cuestión es que podemos intervenir en la evolución de nuestras funciones cerebrales y, de algún modo, elegir cómo queremos ser. ¿Qué hábitos compensatorios introducimos para mantener intactas nuestras conexiones neuronales mientras desarrollamos otras nuevas?, podría ser la pregunta. Urge una nueva escuela que aplique los avances de las neurociencias y dote al sistema educativo de un componente científico del aprendizaje; éste podría ser un punto de partida.
¿Nueva era?
Si les hablo de alguien que soñaba desde niño con entregarse algún día a su pasión por el estudio del sistema reproductor de las hormigas de cabeza roja, muchos de ustedes habrán adivinado que me refiero a TC (Tipo Corriente) el personaje del best seller El vendedor de tiempo, de Fernando Trías de Bes. Se hizo la pregunta correcta acerca de quién era en realidad el dueño de su tiempo y, claro, de sus sueños. Así que pasó a la acción: le dio la vuelta al sistema vendiendo tiempo envasado, tiempo libre, por supuesto. Pronto SA (Sitio Aleatorio) se viene abajo por el colapso del sistema productivo. La conclusión es, una vez más, inyectar un poco de sentido común... Hoy, la idea ya tiene nombre, es el capitalismo consciente, que viene para humanizar el sistema, promulgando un win-win que se extiende más allá de las paredes de la empresa. Nuevas corrientes abogan por aprovechar la transformación socioeconómica que se avecina y que va a implicar cambios en los procesos productivos, en los flujos de los bienes, en el mercado de trabajo y en los sistemas de salud, entre otros, para introducir una mejora cualitativa en el sistema.
Se anuncia el advenimiento de una cuarta revolución industrial y la sociedad se pregunta por la destrucción de puestos de trabajo; se habla de la posibilidad de asegurar una renta mínima universal, o de hacer pagar impuestos a los robots —Bill Gates es uno de los precursores de la idea, algo absurda si tenemos en cuenta que la robotización llega para reducir costes—. Investigadores de la Universidad de Oxford estiman que el 57% del volumen de los empleos existentes en los países de la OCDE pueden desaparecer a causa de los avances de la robótica. Y es que la robótica avanzada no es un producto más en el mercado, es el centro sobre el que se asentará la transformación de la producción industrial, y lo hará a través de la conexión de los mundos digital y real, envuelta en un torrente de tecnologías que, en sí mismas, suponen un punto de inflexión en sus ámbitos: el internet de las cosas (IoT), las tecnologías aditivas (destacando la impresión 3D), el Big Data, los drones, la realidad virtual, la realidad aumentada o la inteligencia artificial. La automatización y la digitalización constituyen la base sobre la que se asentarán las llamadas fábricas inteligentes, ó 4.0, donde lo físico y lo digital hablan ya el mismo idioma.
Las empresas están obligadas a la robotización para mantener su competitividad. Viviremos vaivenes geotecnológicos, con China aspirando a liderar el mercado tecnológico mundial en 2050, la relocalización de las factorías a los países desarrollados o los países en desarrollo perdiendo su tradicional ventaja competitiva en costes laborales. En materia demográfica, la pirámide se invierte insosteniblemente y la necesidad de cuidados geriátricos crece al unísono. El envejecimiento de la población constituye un reto para el sector sanitario de los países desarrollados, que deberán afrontar el coste de una alta tasa de atención crónica. En Japón, la crisis demográfica ha llevado al gobierno a proporcionar ayudas económicas a empresas que desarrollen robots para cuidados geriátricos, como levantar y trasladar pacientes, por ejemplo.
En cualquier caso, los robots han saltado las vallas de seguridad que les separaban del hábitat de los humanos y corren a ocupar sus puestos en nuevos ámbitos, y lo hacen con vocación colaborativa. Trabajando junto a los humanos, la nueva generación de robots, pequeños, precisos y fácilmente reprogramables, permiten producciones cortas y personalizadas y sobre todo, permiten automatizar procesos imposibles de automatizar con la robótica tradicional. En cuanto a los robots deambulantes, por ejemplo en el sector logístico, el próximo paso es que encuentren sus destinos de manera autónoma, perfeccionando los sistemas de visión artificial. Los médicos se apoyarán en nuevas soluciones informáticas y robóticas para sus diagnósticos y cirugías. La telemedicina y los robots asistenciales, con modelos humanoides, se encargarán del cuidado de enfermos y ancianos. Y, una pregunta: ¿cómo preparamos a las nuevas generaciones para el mundo que habrán de gestionar? La revolución educativa no puede demorarse. Debemos dotarnos de nuevos conocimientos y habilidades en consonancia con la automatización, no sólo en el ámbito de las aptitudes y la empleabilidad, también en otros. La investigadora en robótica e informática industrial, Carme Torras, también novelista y recientemente galardonada con el Advanced Grant del Consejo Europeo de Investigación, elabora material pedagógico por encargo de MIT Press (editorial universitaria afiliada al Instituto Tecnológico de Massachusetts) para ser utilizado en la asignatura ‘ética de la robótica’. Torras pone el foco sobre la cuestión ética y sobre quién crea la tecnología: “¿Cómo formamos a las personas que programan los robots para que tomen las decisiones adecuadas?”. He aquí una pregunta irrefutablemente correcta.
No caigamos en el error de utilizar la tecnología para no pensar, y deleguemos en los robots las tareas rutinarias que nada aporten al crecimiento de la persona, para que nosotros, los humanos, sigamos buscando nuevos porqués con los que avanzar en el bien común. ¿Nos haremos las preguntas adecuadas?