Renovación cutánea: desvelar una piel nueva
por Magda Simó
La piel, como la capa más externa de nuestro organismo y la “funda” que nos protege de las agresiones y las inclemencias externas, dispone de sus propios mecanismos para renovarse, de modo que siempre se encuentre en perfecto estado para ser la barrera protectora que aísla al organismo del medio que lo rodea, protegiéndolo y contribuyendo a mantener íntegras sus estructuras, al tiempo que actúa como sistema de comunicación con el entorno, a través del tacto. Es el órgano más extenso de nuestro cuerpo, con un total de 2 m2 de superficie y está formada por un complejo sistema de tres capas (hipodermis, dermis y epidermis) con diferentes funciones, que se complementan e interrelacionan.
Para renovarse de manera natural, la piel hace ascender a través de sus sucesivos estratos las células cutáneas más viejas, hasta que llegan a la superficie de la epidermis, donde se sitúan formando el estrato córneo, esperando a que el roce y el desgaste diario las eliminen. Por lo general, las células tardan en migrar unas cuatro semanas, así que ese es el tiempo que tarda la piel en renovarse en circunstancias normales. De este modo, el estrato córneo es una capa gruesa de células muertas formadas básicamente de queratina, que poco a poco se va desgastando. Sin embargo, a menudo ese desgaste no es lo suficientemente rápido ni eficiente para que la piel se vea suave y renovada de manera uniforme, y a medida que las células muertas ascienden, van creando una capa más gruesa que hace la superficie cutánea irregular y áspera. Entonces es el gran momento de la exfoliación, que aparece como la estrella invitada de los tratamientos faciales, dispuesta a eliminar por mecanismos físicos o químicos esa capa queratinizada, desvelando una piel suave y renovada, uniforme y limpia. Cuando la exfoliación es por medios físicos consiste en masajear sobre la superficie de la piel productos suavemente abrasivos que eliminen por frotación las células muertas. Son todo un clásico las cremas exfoliantes con gránulos más o menos gruesos que al extenderse con suaves masajes circulares liberan la piel de impurezas y de células muertas. Por otro lado, la exfoliación por medios químicos consiste en la utilización de productos cosméticos que incluyen activos que actúan rompiendo los enlaces entre las células muertas y renovando la piel sin necesidad de abrasión. Por supuesto, según la intensidad de estos activos, la exfoliación es muy superficial y delicada o mucho más agresiva con la piel. Los alfahidroxiácidos, procedentes de la fruta, son los más conocidos de estos activos exfoliantes, que producen una acción queratolítica y limpian la piel desde el interior, aunque según su tipo y su concentración deben usarse con precaución para evitar dejar la piel demasiado desprotegida o incluso causarle pequeñas lesiones.
Renovar la piel es un primer paso indispensable antes de cualquier tratamiento, porque cuando un producto cosmético tiene que atravesar una gruesa capa de células muertas su efectividad se ve reducida. En cambio, si lo aplicamos después de una exfoliación cuidadosa, penetra con mayor facilidad y la piel se encuentra mucho más receptiva. A medida que pasan los años, los mecanismos naturales de renovación se vuelven mucho más lentos, como el resto de procesos fisiológicos del organismo, y la exfoliación periódica se convierte en una necesidad más imperiosa para echarle una manita a la naturaleza y seguir manteniendo una piel nítida y suave. Si además, comienzan a aparecer manchas o problemas pigmentarios, líneas de expresión y pequeñas arrugas, la necesidad de renovación es mucho más evidente. En estos casos ya no sólo se trata de una exfoliación ligera y cotidiana para limpiar la piel de las células muertas acumuladas, sino de un auténtico tratamiento renovador que active la formación de nuevas células cutáneas para sustituir a las que se encuentran en mal estado, a la vez que se activa la producción de colágeno y elastina en la dermis para que la piel no pierda elasticidad.
En los últimos años, se ha vuelto evidente que la hidratación y la nutrición, pese a ser puntales básicos de la belleza facial, no resultan suficientes para mantener una piel joven y luminosa a lo largo del tiempo, y que son necesarios otros complementos por las diferentes necesidades que adquiere la piel a medida que suma edad. De este modo, la renovación y regeneración de la piel se han convertido en los nuevos puntales de la investigación cosmética y han aparecido muchas novedades en este campo, desde las tecnologías lumínicas, como los tratamientos con láser, que renuevan la piel con el disparo de un haz de luz controlado, a los tratamientos renovadores en cabina con principios activos muy concentrados, como el ácido glicólico o salicílico, que ejercen una acción renovadora muy potente y precisan una formación específica por parte de la profesional para su uso responsable y seguro. Incluso en algunos casos, el empleo de ciertos ácidos o ciertas concentraciones entra en el campo de la medicina estética y sobrepasa el área de acción de la esteticista. En cualquier caso, siempre es preferible realizar tratamientos más suaves, continuados y seguros que arriesgarnos a aplicar productos agresivos que pueden desencadenar indeseables consecuencias, y es fundamental explicarlo así a la clientela: hasta dónde podemos llegar y cuáles van a ser los resultados y beneficios. Renovando la piel progresivamente y de manera delicada conseguiremos que los tratamientos antiage resulten mucho más efectivos y visibles, mostrando un cutis más joven, terso y suave que resistirá mejor al paso del tiempo.
Foto: Kai Uwe Steeg