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Ni la vida sigue igual ni la historia ha terminado

Iñaki Garmendia Ajuria, presidente de Ega Master, premio Príncipe Felipe a la Competitividad y a la Internacionalización17/02/2012

17 de febrero de 2012

En el último número (diciembre 2011) de la revista del Instituto Elcano, el profesor de Análisis Económico de la Universidad Autónoma de Madrid Federico Steinberg constata que la recuperación económica mundial se está produciendo a dos velocidades. A su juicio, “mientras que la mayoría de las potencias emergentes ha capeado la crisis con gran destreza, los países avanzados han vuelto a frenar su crecimiento y el futuro les depara altos niveles de desempleo y deuda en un contexto de envejecimiento de la población”.
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Lo que los investigadores académicos nos lo dicen de forma tan cruda lo venimos apreciando hace ya tiempo quienes nos vemos obligados a patear el mundo para poder colocar nuestros productos en un mercado cada vez más difícil y competitivo. Todos los datos que se barajan apuntan a que el actual equilibrio entre países variará en apenas una generación. Posiblemente, en menos de 10 años, el PIB de China será superior al de Estados Unidos, el de India superará al de Japón y el PIB del G7 (Alemania, Canadá Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) será inferior al de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en la década de los treinta. Y, junto al liderazgo de estos cuatro estados, el futuro económico pasará en los próximos cuarenta años por México, Corea, Turquía, Indonesia, Irán, Pakistán, Nigeria, Filipinas, Egipto, Bangladesh y Vietnam que, junto a los BRIC, ya en la década actual, multiplicarán por tres o cuatro la inversión de los países del G7.

Hablar de lo que vaya a pasar en los próximos veinte o treinta años se nos antoja muy lejano y aventurado. Con mayor o menor escepticismo asentimos ante las propuestas de cambio que se nos auguran, pero apenas reaccionamos. Sin embargo, todo apunta a que los cambios van a ser aún más duros de lo que somos capaces de imaginar. Y no porque el sistema capitalista que básicamente rige nuestras vidas, empresas y mercados vaya a cambiar, sino porque, precisamente para poder mantenerse, el capitalismo va a experimentar fuertes innovaciones. Juan Urrutia (El capitalismo que viene. Barcelona, 2008), tras dejar constancia de que el capitalismo se ha quedado solo, sin posibilidad de otros sistemas alternativos, estudia las modificaciones que en la propiedad privada, la empresa, el mercado y el Estado se van a producir por la globalización creciente, el rápido desarrollo de las nuevas tecnologías y la consolidación de la sociedad del conocimiento, y asegura que “deberemos estar convencidos de que nada va a ser como hasta ahora (…). Y todo ello en un ambiente competitivo como nunca hemos visto y que pondrá en juego no pocas verdades heredadas sobre la política de la competencia”.

Mientras los países emergentes crecen, gran parte de nuestras empresas siguen apegadas al mercado doméstico, las tan cacareadas exportaciones se limitan en gran medida a Europa, Sudamérica y el Magreb. Y Nigeria, con tantos habitantes como media Unión Europea y cabecera de la toda la región subsahariana y con tantos recursos, sigue pareciendo tremendamente pobre e incómodamente periférico.

Es cierto que nosotros seguimos siendo ricos y ellos son todavía pobres. Pero no es menos cierto que nosotros somos cada vez menos ricos o más pobres y ellos son cada vez más ricos o menos pobres. Es probable que el día que nos convenzamos de que Europa y Occidente no son el centro del mundo nos decidamos a cambiar. Pero, quizá, no lleguemos a tiempo,

En teoría todos aceptamos que el éxito de las empresas se fundamenta en los ámbitos de innovación, internacionalización, excelencia del equipo humano y plena orientación al cliente. La cuestión es si se mantendrán estas cuatro áreas de actuación, si surgirá alguna otra nueva en detrimento de cualquiera de las anteriores o si, parafraseando a Fukuyama, la historia de las organizaciones empresariales también ha terminado.

Personalmente creo que la innovación seguirá siendo un valor en alza, siempre que se entienda como susceptible de aplicación en cualquier área de negocio, independientemente de su dimensión. Igualmente, la internacionalización ha llegado para quedarse y difícilmente será ya en estrella, sino que se implantará un modelo en red que permita estar al tanto de cuanto ocurre y pueda ocurrir en el mercado, para así poder reaccionar con inmediatez. Esto nos lleva a un mundo sin fronteras, con empresas multilocalizadas y cercanas a los clientes. Respecto al equipo humano, el talento seguirá siendo importante, pero lo será aún más el talante. El talento será más creativo si va unido al esfuerzo, a la superación y al compromiso con los valores de la empresa.

Con todo, la cuestión de fondo no es que no sepamos cuál es el problema o desconozcamos las recetas a aplicar, sino que nos dirigimos a marchas forzadas a un modelo productivo que parece haber echado la toalla y que, lejos de aceptar lo que nos puede venir encima, pierde sus fuerzas no en la búsqueda de soluciones sino en la adjudicación de culpabilidades.

Resulta aventurado hablar de futuro y adelantar acontecimientos pero, como dice el filósofo Daniel Innerarity, “los humanos seríamos otra cosa sin esa capacidad de ‘futurizar’, de proyectarse hacia el futuro y anticiparlo en términos de imaginario, expectativa, proyecto y determinación” (El futuro y sus enemigos. 2009). Pero esa proyección hacia el futuro no puede ser ni caprichosa, ni voluntariosa, ni ilusa. En palabras del propio Innerarity “la relación con el futuro se ha de cultivar, como lo hacemos con las demás aptitudes humanas <…> Hay sociedades que se relacionan patológicamente con su propio futuro, mientras que otras lo tratan de una manera razonable y provechosa”. Y donde el sociólogo dice sociedad el empresario debe poner empresa.

Ni la vida sigue igual ni la historia ha terminado. Y el desafío es de todos y cada uno de nosotros.

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