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Francisco Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga Gutiérrez, 1950-1955

Basílica de Nuestra Señora de Aránzazu en Oñate (Guipúzcoa)

Resulta difícil encontrar en el País Vasco un enclave que reúna tanto contenido simbólico y tanta significación cultural como el de Aránzazu. Situado en el municipio de Oñati, su santuario mariano se cuenta entre los más emblemáticos y venerados de España. Ubicado en un entorno natural privilegiado, no solo destaca por su importancia religiosa, sino también por su impresionante arquitectura y por las aportaciones de una generación de artistas que marcaría la cultura vasca contemporánea.

En una remota montaña guipuzcoana, rodeado de los hayedos del espectacular Parque Natural Aizkorri-Aratz, se alza el santuario franciscano que cobija la imagen de la Virgen de Aránzazu. El santuario tiene una larga historia que se remonta al siglo XV cuando, según la leyenda, un pastor llamado Rodrigo de Balzategui encontró una pequeña imagen de la Virgen María entre unos espinos. El nombre del lugar ─que pronto se convirtió en un sitio de peregrinación─ significa, en euskera, ‘lugar de espinos’.

La basílica de Aránzazu en el paisaje del Parque Natural Aizkorri-Aratz. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico...
La basílica de Aránzazu en el paisaje del Parque Natural Aizkorri-Aratz. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico.

La orden franciscana asumió la gestión del lugar que sufrió tres importantes incendios a lo largo de su historia, arrasando los primeros templos y edificios. El complejo actual es el resultado de múltiples reconstrucciones y ampliaciones, pero la decisión de construir una nueva basílica, a mediados del siglo XX, no es motivada por la destrucción de la anterior, sino por la voluntad de tener una iglesia acorde en tamaño y belleza a la importancia del templo, además de las patologías estructurales que presentaba el antiguo edificio. Para el nuevo diseño, se decidió convocar un concurso de anteproyectos cuyo jurado estaba formado principalmente por cargos políticos y técnicos, a excepción del arquitecto Secundino Suazo designado por los propios concursantes. Se recibieron 14 propuestas, siendo la propuesta de Francisco Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga la ganadora.

Imágenes del concurso de anteproyectos para la nueva basílica de Aránzazu de Francisco Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga...
Imágenes del concurso de anteproyectos para la nueva basílica de Aránzazu de Francisco Javier Sáenz de Oíza y Luis Laorga. En la Revista Nacional de Arquitectura 107, 1950.

El edificio, con la contundencia de su implantación y el radical uso de los materiales en bruto, hace alusión al carácter ancestral del lugar, adquiriendo una imagen casi geológica. La nueva basílica fue construida sobre los cimientos de la antigua que aún se pueden observar en la cripta. La posición del nuevo templo estaba, por lo tanto, predeterminada, pero la escala del nuevo edificio multiplica el efecto de su emplazamiento: al borde de un acantilado y rodeado de majestuosas montañas, el poderoso aspecto pétreo del edificio hace parecer que el volumen sea parte de los riscos montañosos. Según los arquitectos, los materiales escogidos “no hacen concesiones y refuerzan su aspecto atemporal”, de forma que la basílica “acoge a los fieles como un barco invertido, donde se refleja el sonido y se escucha la palabra".

Vista del acceso a la iglesia. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico
Vista del acceso a la iglesia. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico.

En efecto, en el interior, el techo abovedado de madera recuerda la quilla invertida de un barco. El bajorrelieve de hormigón de Eduardo Chillida que decora el ábside, bañado por una luz rasante, produce un espectacular efecto de contraste que hace referencia a los acantilados montañosos que rodean el santuario. La contundente fachada ciega principal se combina compositivamente con un campanario exento y la decoración con puntas de granito, de ambas piezas, da coherencia al conjunto. Se accede al templo mediante una escalera descendente que enfatiza el aspecto tectónico y geológico del edificio. Precisamente sobre el acceso encontramos el famoso friso de los apóstoles del escultor Jorge Oteiza.

Friso de los Apóstoles, de Jorge Oteiza, enmarcado entre las puntas de granito. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico...
Friso de los Apóstoles, de Jorge Oteiza, enmarcado entre las puntas de granito. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico.

En el planteamiento de los arquitectos, las obras artísticas son inseparables del proyecto arquitectónico y algunas estuvieron rodeadas de polémica. En Aránzazu se dio la primera colaboración entre Francisco Javier Sáenz de Oíza y el célebre escultor Jorge Oteiza, iniciando así una prolífica relación profesional. La obra de Oteiza, en concreto el friso de los apóstoles, estuvo en el epicentro de las críticas de las autoridades religiosas. Para Oteiza, las intervenciones en la basílica inician una serie de obras en las cuales supera la visión puramente decorativa o superficial, para adentrarse en la reflexión sobre el propio espacio arquitectónico.

Interior de la basílica. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico
Interior de la basílica. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico.

El friso de los apóstoles es también una reflexión sobre el arte megalítico y la escultura, precolombina que Oteiza había conocido en su reciente viaje a Iberoamérica. La heterodoxa iconografía del friso de los Apóstoles –representó catorce– así como su estética eran demasiado vanguardista a juicio de las instituciones eclesiásticas. El obispado de San Sebastián ordenó la suspensión cautelar de los trabajos por “no expresar adecuadamente el arte cristiano”, acusándole prácticamente de herejía y paralizó la colocación de las piezas. No fue hasta 1968 cuando se levantó el veto eclesiástico y se colocaron el friso de apóstoles y la imagen de la Virgen con el hijo muerto a sus pies.

Interior de la basílica desde el altar. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico
Interior de la basílica desde el altar. Foto: Jesús Martín Ruiz/Fundación DOCOMOMO Ibérico.

Más allá de Oteiza, una generación de artistas, desconocidos en la década de 1950, participó de una forma u otra en la construcción de la basílica. Una de las claves para entender la importancia otorgada a Aránzazu en la cultura vasca contemporánea es precisamente la cantidad de artistas que trabajaron en ella –muchos de ellos jóvenes que, más tarde, serían artistas consagrados–. Por ejemplo, las puertas del templo, realizadas en hierro y en un estilo geométrico por un joven Eduardo Chillida, causaron una honda impresión en Oteiza. A pesar de la desaprobación inicial de su obra por parte de la sociedad conservadora guipuzcoana, el prestigio internacional que muchos de estos artistas han cosechado justifica plenamente su selección. Hoy en día, el edificio es muy querido y está considerado como uno de los conjuntos de obras de arte que mejor refleja el carácter vasco.

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