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Todos funcionarios

Albert Esteves, editor de Interempresas01/07/2009
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1 de julio de 2009

En España ya hay más funcionarios públicos que emprendedores. Si a finales de 2007 había más de 400.000 empresarios que funcionarios la tendencia se ha invertido radicalmente en unos meses y en la actualidad la diferencia es de más de cinco mil a favor de los funcionarios. En poco más de un año, 320.000 emprendedores, casi un 11% del total, en su mayor parte pequeños empresarios y autónomos, han desaparecido de las estadísticas. En el mismo período, el número de funcionarios ha aumentado en casi 100.000. No hace falta recordar que son los emprendedores los que crean empleo por lo que no cuesta mucho imaginar cuantos futuros puestos de trabajo se pierden por cada emprendedor que desaparece.

Pero esto no es lo peor. Numerosas encuestas ponen de manifiesto que nuestros jóvenes universitarios, nacidos y formados en la abundancia, sienten una aversión creciente a la asunción de riesgos y un marcado rechazo al esfuerzo y al sacrificio como valores indispensables para alcanzar mayores niveles de riqueza y bienestar. No es de extrañar. Los valores dominantes en su entorno social emergen de la dilución de la responsabilidad individual en favor de una difusa tutela pública. El concepto de libertad se resquebraja frente al atontamiento acomodaticio de la seguridad y de la vida sin complicaciones. Y se impone una noción de la administración pública, en un sentido genérico, como responsable y garante de un número creciente de derechos prestacionales innatos. Responsabilidades mínimas. Nadie a la intemperie. Y más funcionarios.

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Por eso ya ni siquiera sorprende que sólo el 28% de los parlamentarios españoles provengan del sector privado, algo que debería escandalizar en una sociedad liberal moderna. Hay que reconocerlo. La figura romántica del emprendedor se está desvaneciendo en el imaginario de nuestros jóvenes. La aventura de crear ya no seduce. Incluso los hijos de empresarios renuncian a recoger el testigo y asumir la carga de responsabilidad de la empresa que fundaron sus ancestros. Tal vez la única esperanza resida en la nueva inmigración, el colectivo más dinámico, más valiente y con mayor capacidad de sacrificio de nuestro sistema productivo.

En cualquier caso, lo que resulta evidente es que nuestro sistema educativo se manifiesta incapaz de construir individuos con espíritu emprendedor, capaces de identificar oportunidades de negocio y de organizar recursos para ponerlos en marcha. Hace algún tiempo un veterano rector de una importante universidad pública me decía que, antaño, los estudiantes acudían a la universidad a aprender; después se acuñó el concepto de formación continua y a la universidad se iba a “aprender a aprender”; y ahora, me decía, es el momento de enseñarles a “aprender a emprender”. En aquel momento me pareció una idea afortunada. Luego atiné que los que debían enseñarles a “aprender a emprender” eran todos funcionarios.

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