El lado amargo de la montaña
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Ahora tengo claro que la próxima vez no me voy a callar. Veníamos de hacer el corredor central de la Sagra en un día frío de invierno con buena meteorología. Buscábamos el descenso cuando, al llegar a las gradas rocosas de la cumbre oriental, nos encontramos con un grupo que descendía pasando bastantes apuros. Llevaban unas zapatillas blandas de trekking en una zona comprometida, con hielo, una cierta exposición y ni siquiera bastones. Por supuesto, nada de piolet ni crampones.
Mis compañeros iban ya por delante y yo me había quedado haciendo algunas fotos por lo que tuve tiempo de sobra para contemplar la escena: el silencio cortante y amargo de la gente que hace algo pasando miedo, el quitarle metros a la montaña a base de poner el culo en el suelo aún a riesgo de deslizar pendiente abajo, la risilla nerviosa cuando has superado el peor tramo…
Pensé que quizás podría haberles aconsejado con mucha calma y prudencia: no sigáis la huella de todo el mundo que ya está compactada y helada. Pisad nieve nueva. Sin ir más lejos, por donde yo acabo de bajar que, aunque parezca más complicado, no resbala y está más fácil. Ahora, eso sí, no se os ocurra regresar a esta montaña en invierno, sin material y sin saber utilizarlo. Os estáis jugando mucho aunque no os lo parezca. Y más en un día como hoy que está la nieve empeñoná…
Sí. Quizás debería haberlo hecho. Aún a riesgo de molestar al personal y de parecer ser un sobrado. Es posible. Por eso me callé: para no complicarme. A lo mío que seguí.
Esto pasó hace más de un mes. Hoy mismo, en un sitio parecido, en una montaña de las Béticas, dos montañeros han sufrido un accidente muy serio de irremediables consecuencias. Con toda la cautela que estos acontecimientos merecen, parece ser que iban sin equipo invernal en la cara norte de la montaña. Ayer estuvo lloviendo en altura y tras las bajas temperaturas de la noche la nieve ha transformado y estaba especialmente dura. Uno de ellos ha resbalado llevándose consigo a la compañera y han acabado despeñándose cientos de metros más abajo. Un muerto y un herido.1
Al parecer iban a subir a la cumbre por una vía todavía más comprometida pero los consejos de otros montañeros que sí iban equipados les han hecho desistir. Han probado por otro sitio más sencillo y, al comprender que iba a ser imposible sin crampones ni piolet, han intentado descender. En ese momento ha tenido lugar el fatal desenlace.
Siento muchísimo esta historia porque nunca deberían ocurrir estos accidentes. Nunca. Si bien la responsabilidad final está en cada uno de nosotros que decidimos y nos arriesgamos, si bien la montaña es un medio hostil, cambiante y azaroso en el que no puedes cometer un desliz porque no hay segundas oportunidades, quizás a esta gente se le podría haber insistido con mayor convicción para que no continuaran hacia arriba, incluso por una ladera supuestamente sencilla. Y digo quizás, porque yo soy el primero que muchas veces ha agachado la cabeza ante verdaderos despropósitos en el embudo de la Sagra, en los bordillos de la cantera del Valle, en la Carigüela del Veleta y en la loma sur del Mulhacén. (Y porque de ningún modo pretendo juzgar, ni interpretar, ni sopesar: no estaba allí, nadie puede saber qué cartas le depara la jugada futura en esta partida de locos y opinar desde el salón de casa es siempre muy atrevido.)
Pero me viene a la cabeza el grupo de la Sagra donde sí estuve. Y tengo bien grabado en la retina a la chica bajando a rastra culos arañando el hielo brillante que formaba un labio traicionero sobre el precipicio. Es entonces cuando me sobresalta pensar que, si esa zagala se hubiera deslizado pared abajo, yo no me habría perdonado en la vida el haber estado oculto tras mi silencio confortable.
Artículo de José Antonio González para Montañas del Sur