Conozcamos el miedo
La alpinista Inma Garrido se adentra en las profundidades del miedo, uno de los principales limitadores en la escalada, para conocerlo, entenderlo e intentar gestionarlo. Esta deportista, que también es Máster en Psicología del Deporte y trabaja en el Servicio Andaluz de Empleo, presenta así este texto que puede ayudarte a mejorar tus resultados en la roca.
_ _ _ _
El miedo en la escalada es un concepto bastante extendido y conocido por todos y con el que estamos muy familiarizados. ¿Pero lo conocemos realmente?. Es muy frecuente ver en las escuelas de escalada a fuertes escaladores y escaladoras que sin que necesariamente alejen los parabolt se sienten invadidos por el miedo y consecuentemente no exhiben el potencial real que tienen. Otra situación muy frecuente es cuando un escalador de deportiva de cualquier nivel es invitado a escalar una vía de
autoprotección (sin equipar), y su rendimiento disminuye al menos 2 grados de su nivel máximo.
Cuando buscas información sobre el miedo, lo más frecuente es encontrar titulares como “como superar el miedo”, “como vencerlo”, “pierde el miedo” …. A mi entender hay que tener miedo, no se trata de superarlo, vencerlo y mucho menos perderlo. Esta emoción nos ayuda más de lo que pensamos, lo que hay es que conocerlo, entenderlo y saber gestionarlo. Conocer los orígenes de las emociones es muy importante si queremos gestionarlas de forma adecuada.
El miedo es una emoción adaptativa que nos alerta del peligro. Esta emoción es la más primitiva de todas, encontrándose asociada a la principal característica o finalidad de cualquier ser vivo, la supervivencia. Sin embargo, los seres humanos somos el único animal que sentimos miedo a estímulos sin haber experimentado una consecuencia negativa. La consideración de “seres racionales” supone que nuestro componente cognitivo atribuye consecuencias negativas ante estímulos ya sean amenazantes o neutros, es decir, anticipamos consecuencias negativas si saber con certeza si estas sucederán. Un perro no siente miedo ante un coche, si el coche no lo ha atropellado anteriormente (fundamentos del condicionamiento clásico de nuestro gran Paulov). Sin embargo, un escalador si puede sentir miedo cuando escala sin la necesidad de haber experimentado ninguna caída, puesto que anticipa que ante una caída se producirá un daño físico. Incluso aun habiendo experimentado que ante la caída no ha sufrido ningún daño, hay personas que siguen sintiendo miedo.
El denominador común en todas las situaciones que producen miedo es su capacidad para activar en la persona los circuitos neuronales del miedo (amigdala, hipocampo y lóbulos prefrontales, entre otros) o patrón de agresión, que proporciona la activación necesaria para evitar la situación o escapar de ella. La activación rápida y automática de las respuestas de evitación se encuentra programada en la dotación genética de prácticamente todos los mamíferos, incluido el ser humano. No obstante, en los tiempos modernos, el miedo generalizado se ha convertido en la ruina de la vida cotidiana, arrojándonos al nerviosismo, a la angustia y a una amplia variadad de preocupaciones o, en los casos más patologicos, a los ataques de pánico, a las fobias o a los trastornos obsesivo-compulsivos.
En general, se produce la emoción de miedo cuando existe un estímulo, evento o situación que, tras la valoración realizada por el individuo, resulta significativamente relacionada con la amenaza física, psíquica o social del organismo. Por otra parte, existe
una asociación entre el tipo de situación que produce la emoción de miedo y el patrón psicofisiológico que se activa. Por ejemplo, si te persigue un león la función de alarma en el sistema nervioso produce un aumento de actividad de diversas funciones corporales como aumento en la presión arterial, intensificación del metabolismo celular, incremento de glucosa en la sangre, aumento en la coagulación sanguínea e incluso un aumento en la actividad mental. De igual manera la sangre se va a los músculos mayores, principalmente a las piernas, para tener suficiente energía para escapar si es necesario. El corazón comienza a trabajar a una velocidad muy por encima de lo habitual, llevando rápidamente hormonas como la adrenalina a todo el cuerpo y a los músculos. El sistema inmunológico se detiene, así como todas las funciones no esenciales en el cuerpo, para prepararlo para lo que venga.
A nivel cognitivo, la atención se centrará en buscar escapatoria. La respuesta conductual sería la huida o la pelea. Sin embargo, si te encuentras en una vía en mitad de un paso que no eres capaz de resolver, ante el miedo a una caída la respuesta a nivel fisiológico tendrá pocas variaciones respecto al caso anterior (predominará la aceleración del corazón, tensión en la musculatura del cuello y hombros o temblor de las extremidades, se reduce el nivel de saliva en la boca secándola, se estrechan los vasos sanguíneos, se paraliza la actividad del estómago y se contiene la actividad digestiva), a nivel cognitivo toda la atención se centrará en la longitud y tipo de caída y sus posibles consecuencias "siempre negativas"; mientras que la respuesta conductual será muy diferente: la persona se paraliza.
En términos generales, las manifestaciones conductuales asociadas a la emoción de miedo tienen que ver con la evitación o con el afrontamiento de la situación o evento que amenaza la integridad de un individuo, si bien dicha amenaza no tiene por qué ser real, simplemente llega con que el individuo perciba la situación como amenazante.
De esta forma, lo que determina una respuesta conductual u otra es nuestro componente cognitivo, nuestra valoración y percepción de la situación amenazante. Una vez más vendría a ser el componente cognitivo lo que marca la diferencia entre un escalador con miedo y otro sin miedo, y más concretamente, entre un escalador bueno y el mejor.
En definitiva, el miedo constituye una emoción básica muy compleja, tanto a la hora de delimitarla como de entenderla, puesto que en muchas ocasiones los estímulos antecedentes, refiriendome a los estímulos sometidos a las cogniciones o valoraciones
del escalador, son en muchos casos inconscientes. No existen fórmulas magistrales ni universales para gestionar el miedo. Cada persona posee una patrón único de agresión que puede caracterizarse por el número, la cronología y la duración; por la fuente y la severidad de la amenaza, plateadas física o emocionalmente al organismo. De manera que no sería ni ético ni profesional por mi parte exponer “la solución a esta gestión”, pero si exponer algunas de las estrategias que se podrían emplear, siempre habiendo evaluado previamente cada caso.
[Continúa en Procesos cognitivos implicados en el miedo]
Inma Garrido