“Me gusta pensar que vivo ajeno al negocio de los ochomiles y las ascensiones con un ejército de sherpas”
A Martín Ramos la pasión por la montaña se la transmitió su hermano Herminio. El pequeño Martín apenas tenía 10 años cuando su hermano mayor comenzaba a hacer sus pinitos en la montaña sanabresa con la antigua OJE (Organización Juvenil Española), germen de tantos alpinistas en la actualidad. “Siempre quería ir con él, pero hasta que no tuve 10 u 11 años no me llevó a descubrir el monte”, comienza Martín, el pequeño de una familia zamorana de ocho hermanos.
Soñador por naturaleza e idealista de las grandes gestas –que no tienen por qué ser las del gran público-, creció en un mundo de libros en el que las aventuras de George Mallory o Reinhold Messner coloreaban su vida a orillas del río Duero.
Muy pronto, las montañas zamoranas y castellanas y leonesas dejaron paso a las grandes cordilleras, y en 1985 cruzó 'el charco' para enamorarse de los Andes y del Aconcagua, una década después. Las cumbres sudamericanas formaron a Martín hasta que el Cho-Oyu (8.201 metros) le bautizó como himalayista para iniciar una carrera en la que no tiene prisa por llegar a la meta y en la que el propio alpinista desconoce en qué punto está, sobrecogido por las sensaciones de su último reto, la ascensión al Kanchenjunga la pasada primavera.
- El Kanchenjunga, ¿una más o una menos?
Una más. Desde que llegué y se supo la noticia de que había logrado un nuevo ‘ochomil’, solo hacen que decirme: “Martín ya solo te quedan cinco para completar los ochomiles”, y yo siempre contesto que no me queda nada. No me planteo hacer diez, once, doce… o las montañas que sean. Me quedó con la satisfacción de haber sumado una nueva ascensión a mi trayectoria y las sensaciones de haberlo logrado.
- ¿Habrá sido especial después de lo sucedido en 2012?
Sí, mucho. Mentiría si no dijese que no he pasado miedo. En 2012, el 'Kanchen' apenas nos había dejado explorarlo. Fueron dos días, vivir el accidente y estar de regreso en Madrid, sin apenas saber lo que había sucedido… Dos años después, las sensaciones eran encontradas. Personalmente, había sufrido la situación más límite de mi vida y es algo que he sentido en esta ascensión, pero también cada vez que he salido al monte tras el accidente, sea en Gredos o en el Himalaya. Te preocupas por la pendiente, el estado de la nieve y sientes miedo de pensar qué habría pasado si el accidente hubiera sido de otra forma…
- El momento de pasar por ese punto del Kanchenjunga sería eterno…
Es un momento en el que tienes que controlar tus miedos. Claro que ha sido especial y una circunstancia que te hace pensar más que de costumbre, pero soy de los que piensan que el destino está escrito y la desgracia puede ocurrir a ocho mil metros de altura o en tu casa.
- Con esas sensaciones, imagino que cuando coronó la cumbre junto a Jorge Egocheaga, la liberación y la alegría sería tremenda.
Es una gran satisfacción, pero yo no celebro nada en demasía hasta llegar de nuevo al Campo Base. La mayoría de los accidentes se producen en los descensos después de hacer cumbre y hay que tratar de mantener la tensión. El cuerpo se relaja cuando consideras que has cumplido tu objetivo y en este tipo de ascensiones tan peligrosas no te lo puedes permitir. De hecho, yo dejo el teléfono vía satélite en el campo base y no llamo a casa para decir que estoy bien hasta que estoy de vuelta.
- ¿El Kanchenjunga ha sido más, igual o menos especial que los otros 'ochomiles' que figuran en su trayectoria?
Diferente. Todos tienen su encanto. El 'Kanchen' era la montaña que le faltaba a Jorge para completar los catorce ‘ochomiles’, pero no volvíamos para sacarnos esa espina, que puede sonar hasta tópico. Nos había dado una patada en el culo en 2012, pero no por ello vivíamos obsesionados con ella. Tiene su encanto porque es la tercera más alta del planeta, porque es difícil, bonita… Pero para mí también fue muy especial el Cho-oyu, que fue la primera, o el Shisha Pangma, en la que hicimos cumbre tres zamoranos… Cada montaña tiene su encanto y soy de los que disfrutan también estando en Trevinca. Qué voy a contar de la ascensión al Everest o al Annapurna…
- Eso sí, defensor acérrimo de la ascensión sin oxígeno y su dureza…
Aquí existen matices. Yo defiendo al montañero de toda la vida. A ese deportista que se ha formado en la montaña por fases, se haya iniciado con 10, 20 o 30 años. Jorge y yo subimos sin oxígeno, pero no por ello voy a criticar a Carlos Soria, quien, con 75 años y toda la vida en la montaña, se ha ganado el derecho a subir como le venga en gana. Si él tiene la ilusión de completar los ‘ochomiles’ que lo haga como quiera, que suficiente mérito ya tiene. Respeto a todo el mundo, pero también quiero que el resto del mundo se base en el respeto y no soy muy partidario de esas expediciones de bombo y platillo y de ricos que quieren ir hasta la cumbre con un ejército de sherpas y sin preparación alguna. Me gusta pensar que vivo ajeno a ese negocio.
- Habla de negocio, ¿hasta qué punto se ha convertido en eso el Himalaya?
Cada vez es peor. Más del 80% de las expediciones viajan al Everest o a otros ‘ochomiles’ como si se tratara de Torremolinos. No me gusta que una persona se plantee una ascensión sin ser capaz por ella misma de llegar hasta el campo base. Suben cargados de botellas de oxígenos y con sherpas y más sherpas. Desde luego, no es mi idea de este mundo.
- Sherpas y más sherpas… Ellos también han evolucionado y han cambiado su forma de ver la montaña.
No quiero generalizar, porque siempre hay casos y casos, pero la situación es difícil para los que podríamos ascender sin necesidad de ayuda. En el Kanchenjunga, en el campo base, nos levantamos una mañana y estábamos rodeados en la tienda por quince sherpas que nos pedían 300 euros o dólares por utilizar las vías que ellos habían equipado. Nosotros podríamos equiparlo igual, pero estoy de acuerdo en que se pague algo por este servicio. No lo vamos a hacer dos veces, solo que antes nos poníamos de acuerdo entre las expediciones para abonar un precio, que normalmente era de 100 euros o 100 dólares. Pero si lo había equipado la expedición de Carlos Soria, por poner un nombre, se lo abonábamos a Carlos Soria y que él lo repartiera entre su equipo como considerara, no dárselo a los sherpas, que después de todo ya están pagados por la expedición que les ha contratado y que al final lo cobran casi como un impuesto revolucionario…
- El pasado año ya hubo problemas con Ueli Steck…
Es que la gente que no les necesita y se niega a abonar esas cantidades tiene un problema. Al final quieren convertir el Himalaya en su coto privado y es una pena que hasta ese punto el dinero sea tan determinante cuando hablamos además de expediciones que son tan caras y en las que muchos vamos con todo presupuestado al milímetro.
- Desde su perspectiva, ¿Cómo ve la evolución de las actividades en el medio natural y la montaña?
Ha habido muchos cambios, algunos para bien y otros para mal o muy mal. A mí lo que más me preocupa es el bombardeo al que nos someten con las actividades extremas. Esta moda convierte a muchas personas en carne de cañón en la montaña, tenga esta 2.000 metros u 8.000. Parece que si no haces algo extremo, algo desafiante... eres un ‘gallina’ y yo, por ejemplo, tengo pánico a los barrancos.
- Sin embargo, cada vez hay más medios, más información sobre seguridad…
Sí, pero también más prisa por hacerlo todo. El montañero de toda la vida sabe que todo tiene un proceso. No te puedes plantear hacer un ‘ochomil’ sin haber estado antes en los Andes y antes en los Alpes. La experiencia es fundamental en la montaña y ni siquiera con ella el riesgo es cero. La experiencia te salva la vida en muchas ocasiones, pero desde hace años observo que hay personas que con 50.000 dólares y una visita al Decathlon se piensan que puede subir al Himalaya como actividad de ocio. La accesibilidad del material y el equipo también provocan estas cosas.
- ¿Solución?
Para mí, es fundamental la formación y el sentido común. Aún no he entrado en el Grupo de Rescate y Socorrismo de Castilla y León y ya hay cosas que te cuentan con las que se te quedan los ojos como platos. No entiendo que la gente tenga tan poca cabeza de salir sin planificar. Es necesaria la formación y ser consciente de que con nuestra imprudencia podemos poner en peligro a los acompañantes, a las personas que pueden formar un hipotético equipo de rescate… Eso sin querer entrar ya a valorar los costes que se originan.
- Hablaba en la primera parte de la entrevista de Ueli Steck. ¿Qué opinión le merecen las gestas que realiza o las que pueden realizar otros nombres vinculados a la montaña como puede ser Kilian Jornet?
Merecen todo el respeto del mundo, siempre y cuando sus desafíos no pongan en peligro a terceras personas. Son deportistas o especialistas que van al límite. La montaña requiere respeto, y este tipo de ascensiones récord o desafíos a mí personalmente no me dan ni frío ni calor. Si ellos tienen unas condiciones físicas que les permiten realizar este tipo de cosas y pueden jugarse el tipo, mi respeto y punto.
- ¿No cree que son parte de ese ‘boom’ de lo extremo al que hacía mención anteriormente?
Esto es muy sencillo y lo traduzco en un ejemplo que siempre me pilla muy cerca. Yo puedo ver lo que hace Marc Márquez sobre una moto, pero no por ello voy a hacerlo yo mañana, porque es muy probable que me mate. Intentar ascender el Cervino como lo puede hacer Kilian Jornet, es una locura. Y también hay que decirle a la gente que no creo que Kilian llegue un día, se plante a la falta del Cervino y diga ‘voy a subir’. Todo requiere de un proceso, un estudio y una preparación.
- Habla de preparación, ¿ya planifica su próxima aventura?
(Risas). No, no, no existe nada en el horizonte. Imagino que este verano me marcharé unos días a los Alpes y seguiré disfrutando de mis salidas en la montaña sanabresa, mis paseos, mis carreras… No todo van a ser ‘ochomiles’. Una expedición al Himalaya cuesta muchísimo y no tengo un ‘sponsor’ como otros montañeros. Si mañana llega Jorge –por Jorge Echoeaga, compañero de Martín- y me dice que está preparando una expedición, pues la estudiaremos, pero a día de hoy no hay nada.
- ¿Pero sí soñará con alguna montaña?
¡Hombre! Por soñar… Me gustaría ir al K-2 o al Annapurna, pero de momento disfruto del Kanchenjunga y esa ascensión con la que he disfrutado muchísimo.