Ferrán Latorre: "Nunca había sufrido tanto para retirarme de un Campo Base"
Hace una semana nos hacíamos eco de la renuncia de Ferran Latorre que abandonaba el Makalu y con él los sueños de sumar esta primavera su décimo ochomil. Lo que no imaginábamos era que el catalán estuviera a punto de afrontar uno de los retornos más duros de su carrera en la que "el destino se ensaó con los desafortunados" que no habían hecho cima. El mismo lo explica en su blog:
Ahora reímos, pero los dos días de bajada fueron toda una epopeya. El día 27, cuando empezamos a bajar desde el CB el tiempo no pintaba nada bien. De hecho ya llevaba un par de días nevando, pero sin haberse acumulado mucho grosor. Los porteadores llegaron hacia las diez de la mañana al CB, provenientes del Hillary Camp(4800 m) que era el punto de destino de nuestra primera jornada de descenso. En estas condiciones era duro bajar, pero la previsión de que el mal tiempo aún iría a peor, pesó a la hora de decidir que teníamos que huir de allí lo antes posible.
El tipo de terreno de ese primer día, ya duro por sí mismo, se convierte en un infierno si añades lo que para los fanáticos del esquí en otras ocasiones es un chocolate excelso: una buena capa de nieve fresca. El terreno, con todas sus trampas, queda oculto sobre una capa inmaculada y aparentemente inofensiva.
Los porteadores se plantan
Y pasó lo que no teníamos previsto: que la nevada y el frío se intensificaron aún más, así que al cabo de tres horas, con sólo un tercio del recorrido cumplido, nos metimos en un grave problema. La nevada era tan abundante, generosa, fría y espesa, que el avance comenzó a convertirse en épico, lento e imposible. Los porteadores, que conocen el camino de sobras, se plantaron. Razones no les faltaban. Entonces nosotros cogimos el relevo. Abrir camino era como caminar por un terreno minado. Avanzar sobre grandes bloques inestables, y los agujeros que se crean entre sí, ocultados por medio metro de nieve fresca, es como hacerlo con los ojos vendados. Las meteduras de pata constantes, con el subsiguiente escarnio tibial, ralentizaban el paso y lo hacían inseguro, a veces aterrador. Las horas iban pasando y el frío intenso e inesperado añadían un punto de épica a una situación que por momentos era desesperada. Ante nuestra incredulidad estábamos viviendo uno de los días más difíciles de la expedición. No podía creer lo mal que nos trataba el Makalu, con esa traca final tan cruel. Pero había que seguir empujando como fuera.
A última hora del día por fin salimos del glaciar y así dejábamos atrás el terreno de bloques, pero la nieve seguía siendo cada vez más profunda, ahora hasta la cintura. Y ya de noche por fin llegábamos al Hillary Camp, cuyo recuerdo, -aquella preciosa y cálida explanada-, había quedado cubierta por un metro de nieve. Nos costó nueve horas, cuando el horario normal es de cuatro.
Segundo día: saliendo del Hillary Camp
El día siguiente la cosa aún empeoró más. Y decidimos huir de allí por patas. La nieve hasta la cintura. El paso resignadamente lento. Enseguida nos dimos cuenta de que no llegaríamos a Yangle Karki (horario habitual 4h) y que como mucho haríamos medio camino, hasta Langmale. Y así fue: tuvimos que dedicar todo el día, abriendo huella durante nueve horas más, aunque por la tarde dejó por fin de nevar.
Segundo día, abriendo camino
Una primera oleada de monzones nos dejó helados. Nunca había sufrido tanto en el momento de retirarme de un Campo Base. Al abatimiento moral de no haber alcanzado la cima se le añadió este latigazo final. Las penas no suelen venir solas. Y cuando hablamos de la firmeza para superar situaciones difíciles, estamos hablando de eso. Y por mucho que digan, es cuando las cosas no van bien, que un demuestra lo que es. El resto es pura palabrería vacía. Tan abundante hoy en día.