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El K2 que ya no es

Redacción OutdoorActual01/08/2014
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Hoy ha terminado el K2. Hace pocas horas. Bueno, de hecho el K2 que yo deseaba se terminó hace dos días, y se convirtió en otro K2, que es el que ha muerto hace dos horas. Al finalizar la ceremonia modesta pero muy sincera, en el mítico memorial del K2, he sentido que todo había terminado ya. Casi con las últimas luces de la tarde, he emprendido solo el camino de bajada de esta especie de altar que domina el glaciar del Golden Austen, donde está situado el memorial. Antes he dejado que todos los escaladores congregados fueran regresando, con la lentitud del peregrino, hacia el CB, y me he quedado así un rato solo, dejando que la intensidad del momento y los sentimientos fluyeran dentro de mí. Desde este mirador, el espectáculo es grandilocuente. El glaciar que nace al pie del K2 se desliza hacia Concordia, ancho y solemne, atrapado en el tiempo por el frío y por la ausencia de vida, y se manifiesta así como una metáfora preciosa del paso lánguido del tiempo, que atrapa las nuestras vidas en este río enigmático y absurdo, pero con un destino conocido al que nos arrastra a todos. Acabaremos tarde o temprano, todos en Concordia.

Lo pienso al pie de la tumba de Manuel de la Matta, y junto a la placa que hemos dedicado hoy a Miguel Ángel. Y todavía no me puedo creer lo que ha pasado. La cumbre del K2, de hace tan sólo dos días, se ha perdido en mi memoria como un recuerdo inconcreto y vaporoso. El K2 que quería llevarme a casa ha dejado de existir, y ahora ya es otra cosa. Todavía no sé muy bien cual, pero una sensación extraña recorre mi cuerpo desde hace dos días. Han sido días agotadores. Y de la sonrisa y la euforia he pasado a la perplejidad. La vieja perplejidad de no entender el misterio de la vida. Con Miguel Ángel, en los campos de altura, perdíamos el tiempo haciendo filosofía barata. El mundo es, pero podría no haber sido. Y lo mismo nos pasa a nosotros. Pero parece indiscutible que tanto Manuel, como Miguel Ángel y como yo hemos sido. La gran razón aún no la sé. Pero sí tengo claro que ellos dos vinieron con la intención de hacer del mundo un lugar un poco mejor de lo que era antes. Y que lo consiguieron.

Desde el altar del memorial, puedo ver cómo el glaciar se lleva la vida de mis dos amigos hacia Concordia. El aire frío y obstinado hiela mi alma. Y un silencio sepulcral reina en el espacio inmenso ante mis ojos. Todo el gran misterio se apodera de mi alma. Y mi vida se convierte así como un pequeño milagro que guardo como un tesoro. Mientras el río helado de la vida al que vamos a caer un día u otro, hace su recorrido impasible y firme hacia el fondo del valle. Concordia nos espera, y allí nos reencontraremos.