La sostenibilidad, la eficiencia y el valor de uso
Una de las razones profundas que está detrás de la crisis por la que atravesamos actualmente es la supremacía que hemos otorgado al valor de cambio sobre el valor de uso en el sector inmobiliario. Cuando alguien compra una vivienda por su expectativa de revenderla al poco tiempo por un precio mucho mayor, es posible que su sostenibilidad quede en un plano totalmente secundario. El inversor a la hora de comprar ha tenido en cuenta la revalorización del producto a corto o medio plazo (basada en cuán apetecible es el inmueble para el mercado), la eficiencia real y el confort. Por ende, la eficiencia energética de la vivienda, su durabilidad o su funcionalidad no se sopesarán.
Del mismo modo ocurre en el caso de las ciudades. Cuando se lleva a cabo una iniciativa urbanística para “mejorar” algún aspecto de la ciudad desde el punto de vista de su capacidad para generar atractivo de cara a la opinión pública, surge la tentación de dejar de lado el análisis de muchos de los factores que son necesarios cambiar para contribuir a su funcionamiento eficiente, y, con él, la implementación de estrategias sostenibles, porque no constituyen en si mismos elementos urbanos fácilmente visualizables o fotografiables.
La oportunidad que se nos presenta en la coyuntura actual es la de una mejora concienzuda de todo aquello que tenemos –una vivienda, una ciudad- como si nos tuviese que durar toda la vida, que es lo que realmente deberá ocurrir, incluso si entretanto cambiamos de residencia. Sin renunciar, ni mucho menos, a la voluntad de hacer nuestro entorno atractivo, debemos tener en cuenta que las ciudades que perdurarán en el tiempo serán aquellas que hayan invertido en mejorar su funcionamiento y su eficiencia. Estos aspectos no siempre salen en las fotografías de un turista ávido de impresiones pero, a buen seguro, quien las habite constantemente sabrá de primera mano que su calidad de vida se mantiene todos los días.