Entrevista a Jessica Ferrer, del Departamento Técnico de Rockwool
Coméntenos los resultados obtenidos tras los múltiples proyectos experimentales que Rockwool ha llevado a cabo en materia de ahorro energético en viviendas.
Además, según nuestros estudios realizados en colaboración con el Centro Nacional de Energías Renovables, se ha demostrado que con la utilización de las técnicas de eficiencia energética de ‘la casa de bajo consumo’, la energía consumida en calefacción puede reducirse hasta un 40 por ciento, ahorro que, sin duda, compensa la inversión adicional.
¿Cuál es el incremento medio del coste de una vivienda eficiente?
¿Cómo va a digerir el mercado este incremento?
¿Cuanto más aislamiento, mejor?
Las nuevas exigencias en materia de aislamiento recogidas en el CTE tienen que haberles favorecido… ¿es así? ¿Han experimentado crecimientos atribuibles a tales medidas?
Desde el pasado 31 de octubre existe la obligatoriedad de aplicar la Certificación de Eficiencia Energética para edificios de nueva construcción y también para rehabilitaciones de edificios existentes con una superficie útil superior a 1.000 m2 donde se renueve más del 25% del total de sus cerramientos.
Etiqueta de Eficiencia Energética: a cada edificio se le asignará una clase energética de acuerdo con una escala de 7 letras y 7 colores que van desde el edificio más eficiente, Clase A, al menos eficiente, Clase G.
¿Qué le parece a usted la moda de hacerse la casa de paja y barro? ¿No me negará que es lo más natural que hay…?
¿Y cuál es el impacto del producto que ustedes comercializan, la lana de roca?
¿Algo más que alegar sobre los materiales “limpios”?
Temas para la reflexión
Esta fase de reflexión incipiente deberá hacer un zoom out, “abrir el foco”, para que los resultados no sean parciales, sino, como requiere la época en que vivimos, globales. En conjugar el pensamiento global con la actuación local se hallará, seguramente, la clave del éxito: aprovechar soluciones globales pero adaptadas a los recursos locales.
El advenimiento de nuevos modelos de edificación no es fácil. Romper con la estandarización requiere un período de experimentación y hoy parece que sólo hay espacio para tal lujo en edificios singulares, en la obra única. El acceso de las vanguardias al mercado, con sus imperativos tanto de los costes como de las inercias, discurre por caminos demasiado angostos.
La adaptación a los entornos del siglo XXI sin perder de vista el aprovechamiento de los recursos naturales, requerirá, más que nunca, la aplicación del criterio científico. Será el rigor de la ciencia quien nos saque de este apuro. Deberemos sistematizar la medición exhaustiva de la huella ecológica de cada proceso tecnológico que emprendamos (entendiendo éste como la aplicación de los saberes que permiten al ser humano fabricar objetos y modificar el medio ambiente, para satisfacer sus necesidades y deseos). Se necesitarán herramientas y metodologías de trabajo que faciliten la evaluación del impacto de cada material y cada solución constructiva.
Tornar a un diálogo con el medio no está reñido con la dotación tecnológica de los espacios. Se abre aquí una interesante vía para mejorar el confort de hogares y ciudades: la domotización y la creación de ambientes inteligentes. Los proveedores de la industria de la construcción van a encontrar nuevos campos sobre los que desarrollarse por lo que deberán centrarse en la innovación.
Buscar soluciones mixtas, engranar la multiplicidad tanto en la procedencia de los recursos energéticos, como en las soluciones constructivas, son algunos de los desafíos. Y del edificio a la urbe. Hoy, aproximadamente el 50 por ciento de la población mundial es urbana pero en el 2025 el 75 por ciento de la población mundial vivirá en ciudades. El reto es pues, también, dotarnos de ciudades más amables, más saludables y más eficientes, y que integren el factor “movilidad”. Pensar en la gestión de los recursos desde una perspectiva urbanística requerirá el rediseño de nuestras ciudades y para ello vamos a necesitar innovación y, sobre todo, imaginación. Ahora, don Miguel, nos toca inventar a nosotros…
En cualquier caso, el cambio de rumbo -del que hablábamos al inicio de este reportaje- pasa por la concienciación individual. Las costumbres del usuario marcan la diferencia. Ahí va un ejemplo: se realizó en Francia un experimento en el que se colocó en un edificio bioclimático a personas no concienciadas ecológicamente y en un edificio convencional a un grupo de ecologistas. ¿Imaginan qué edificio consumió más energía?, seguro que lo han adivinado… el bioclimático. Y es que el ciudadano del futuro deberá retomar la cultura de sus ancestros y contribuir con su actuación y esfuerzo -abrir y cerrar persianas, ventanas y toldos en función de las condiciones exteriores, entre otras cosas- al ahorro energético, si queremos que los edificios diseñados con parámetros bioclimáticos funcionen a tal fin, excepto que, como de costumbre, la tecnología, en este caso los dispositivos de inteligencia ambiental, nos enmiende la papeleta, pero este es tema de un próximo reportaje…