Agricultura de conservación, una práctica innovadora con beneficios económicos y medioambientales
5 de junio de 2012
El hecho de ser una de las actividades más longevas de la historia de la humanidad, nos referimos a la agricultura, no ha facilitado la implantación de novedades, ya sean nuevas metodologías de trabajo o maquinaria y equipos punteros. A menudo, la posibilidad de innovar ha chocado con las costumbres y tradiciones más arraigadas. Así lo cree Óscar Veroz González, responsable técnico de proyectos de la Asociación Española Agricultura de Conservación/Suelos Vivos (Aeac-sv), quien especifica que estas dificultades son superiores en el ámbito de la agricultura de conservación. “Hay que tener en cuenta que, desde siempre, la palabra agricultor se ha relacionado y vinculado al concepto de labrador. Por tanto, uno de los pilares de la agricultura de conservación, y además uno de sus principales rasgos innovadores, el no laboreo del suelo, rompe necesariamente con esta asociación y supone un cambio de filosofía respecto a los sistemas de manejo convencionales”.
La agricultura de conservación representa por sí misma un sistema de manejo innovador, respecto a la actividad agrícola tradicional, en opinión del portavoz de la Aeac-sv. Un ejemplo del carácter innovador intrínseco a la agricultura de conservación, es la dificultad con la que se ha llevado a cabo su adopción en sus primeros años de implantación en nuestro país. Óscar Veroz explica que este proceso se debe a los patrones de comportamiento que un colectivo suele tener frente a la introducción de nueva tecnología en cualquier sector. “En este sentido, siempre suele haber un porcentaje muy bajo de la población, definidos como innovadores, dispuestos a afrontar el reto tecnológico, intelectual y emocional que supone la adopción de una innovación. El grueso de los individuos seguiría a esta minoría, en dos grupos denominados ‘mayoría temprana’ y ‘mayoría retrasada’. Constituyen aquella parte de la población que por imitación adoptan las novedades una vez las juzgan de utilidad clara y suficientemente probadas por la minoría innovadora”.
Como máximo exponente de innovación tecnológica se halla la sembradora, ya que da pie a una de las operaciones más sensibles para el éxito de la implantación de la agricultura de conservación. “La maquinaria empleada –continúa– ha de ser capaz de adaptarse a las condiciones de un suelo que campaña tras campaña cambia, al eliminarse las labores que homogenizan su estructura. Así, los implementos de la sembradora directa pueden ser muy variados y objeto de multitud de pruebas e investigaciones al tratar de adaptar la máquina al tipo de cultivo, a la zona y a las características de los suelos”.
Ambos son dos conceptos distintos, con diferentes ámbitos de aplicación y no comparables, en opinión de Óscar Veroz. La agricultura intensiva es un sistema de producción encaminado a obtener altos rendimientos, basado en un alto empleo de insumos y mano de obra; mientras que la agricultura de conservación es un sistema de producción agrícola sostenible que comprende un conjunto de prácticas agronómicas adaptadas a las exigencias del cultivo y a las condiciones locales de cada región. “La AC se sirve de técnicas de cultivo y de manejo de suelo que lo protegen de su erosión y degradación, mejoran su calidad y biodiversidad y contribuyen a la preservación de los recursos naturales (agua y aire), sin menoscabo de los niveles de producción de las explotaciones”. Así pues, la agricultura de conservación no persigue altas producciones, sino que busca la sostenibilidad de las explotaciones agrarias en toda su extensión. Ya sea desde el punto de vista medioambiental, como económico y social, basándose en un uso respetuoso y eficiente de los recursos naturales. Entre sus objetivos también se halla el de conservar la competitividad de las explotaciones y satisfacer las necesidades alimentarias de la población.
El ámbito de aplicación de uno u otro sistema de producción también es distinto. “Mientras que la agricultura intensiva se aplica más a cultivos hortícolas, hidropónicos o bajo invernadero por citar algunos ejemplos, la agricultura de conservación se emplea más en cultivos extensivos como cereales, leguminosas, girasol, en el caso de especies anuales, y olivar, frutales y viñedo en cuanto a especies leñosas. Por lo tanto, su aplicación es más universal y puede afectar a una mayor superficie”, asegura.
Conocer las condiciones agroclimáticas y estudiar mejoras tecnológicas en equipamientos, lo último en agricultura de conservación
Durante los últimos años, investigadores y técnicos involucrados en el estudio de la agricultura de conservación han dirigido sus esfuerzos hacia, por un lado, a entender mejor las condiciones agroclimáticas, la influencia del sistema en los recursos (agua, suelo y aire), así como la capacidad de adaptación y mitigación del cambio climático; y por otro lado, a estudiar las estrategias agronómicas y las mejoras tecnológicas que han de tener los equipamientos propios de estas técnicas, de modo que el sistema se adapte, sin problemas, a los diversos tipos de cultivos, suelos y climas que se dan en el país. Los últimos avances en agricultura de conservación se han desarrollado en estos campos, y han dado lugar a proyectos como el Life + Agricarbon. Desde la Asociación Española de Agricultura de Conservación/Suelos Vivos nos explican en qué consiste: “Se estudian las sinergias positivas que puedan surgir a raíz de la aplicación conjunta de la siembra directa con las técnicas de agricultura de precisión (guiado automático, distribución variable de insumos, realización y análisis de mapas de suelo y rendimientos) en materia de mitigación y adaptación frente al cambio climático, además de ver sus resultados en la producción y en el uso más eficiente de insumos agrarios”.
En resumen, los aspectos en los que se avanza, en relación a la agricultura de conservación, y según Óscar Veroz son: perfeccionamiento de las máquinas de siembra directa; balance de los macronutrientes y la materia orgánica; estudios sobre erosión en suelos con cubierta vegetal; nuevas especies vegetales para su uso como cubiertas vegetales; reducción de emisiones de GEI y secuestro de carbono; manejo de rotaciones y control de malas hierbas y, finalmente, evolución de la estructura del suelo y su biodiversidad.
La AC ahorra costes y combustible, así como otros beneficios agronómicos y medioambientales
En su vertiente más practica, la introducción de la agricultura de conservación, de manera correcta, conlleva una serie de beneficios agronómicos y medioambientales, tal y como especifican desde la Aeac-sv. El primero, es el ahorro de costes, a través de la supresión de las labores sobre el suelo. “Se reducen de manera considerable –apunta Óscar Veroz– las inversiones en adquisición y mantenimiento de maquinaria agrícola, combustible y mano de obra. Para que te hagas una idea, con el sistema de no laboreo en el olivar y en cultivos anuales se ahorran unos 60-80 y 31,5 l ha-1 año-1 (gasoil) respectivamente (Castro, 1999; Pimentel et al., 1995). Respecto a los tiempos de trabajo empleados para cada cultivo y sistema de manejo, en trabajos realizados en Andalucía sobre una rotación de cultivos trigo-girasol, la aplicación de la práctica de siembra directa supuso una reducción del 54,8% en el cultivo de trigo y del 60% en el de girasol”. En función de la intensidad del laboreo al que sustituya, se estima un ahorro de costes con estas técnicas entre 18 y 72 euros/hectárea, y una mayor capacidad de trabajo con menos medios mecánicos y humanos, ahorrando un promedio de tres a seis horas por hectárea.
El ahorro energético tampoco es nada despreciable. En los sistemas de agricultura de conservación se reduce el consumo de energía entre un 15-50% y se aumenta el rendimiento energético entre el 25-100%, según el caso.
En segundo lugar, se mantienen los niveles productivos. Estudios, realizados en el país, muestran que la adopción de sistemas de agricultura de conservación no supone una pérdida de rendimiento con respecto al laboreo basado en el laboreo (Valera et al, 1995), manteniéndose en el peor de los casos la misma producción. “Ya en el año 2007, una encuesta para el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, destacaba que incluso en los primeros años de implantación de la agricultura de conservación, etapa en la que más se desconocía, el 84% de los entrevistados afirmaba que su producción se mantenía con respecto a las prácticas anteriores a su implantación. El grado de satisfacción con las técnicas de agricultura de conservación era de alto y muy alto en el 91,8% de los encuestados”, recuerda el portavoz de la asociación.
En tercer lugar, y basándose en numerosos estudios científicos, mantener el suelo cubierto con vegetación, ya sean restos de la cosecha anterior o plantas vivas como en el caso de las cubiertas vegetales, es uno de los métodos más eficaces, a la par que económico, para luchar contra la erosión. “Así, y en estudios realizados en cultivos bajo siembra directa/no laboreo, se reduce la erosión del suelo en más del 90% (Towery, 1998), lo que se traduce en una mejor calidad de las aguas superficiales debido a la reducción de los sedimentos, así como a la pérdida de herbicidas y nutrientes en solución y asociados al sedimento (Douglas et al., 1998). Todo lo anterior representa en su conjunto una mejora muy importante de la calidad de las aguas superficiales”, argumenta. Además, y gracias a los restos vegetales que permanecen en el suelo crece la biodiversidad, ya que se favorecen las condiciones para el desarrollo de numerosas especies como pájaros, pequeños mamíferos, reptiles, invertebrados del suelo tales como lombrices o predadores de plagas (Best, 1995; Valera-Hernández et al., 1997).
Por último, en relación a la lucha contra el cambio climático desde el campo, es necesario fijar el carbono que se encuentra dentro del compuesto oxidado en el suelo, a la par que reducir las emisiones de gases con efecto invernadero en general. Científicos de todo el mundo defienden que cuanto menos se labra, más carbono absorbe y almacena el suelo. En consecuencia, sintetiza más materia orgánica, lo que a largo plazo aumenta su capacidad productiva (Lal, 2004), según el portavoz de la Asociación Española de Agricultura de Conservación/Suelos Vivos. “Al mismo tiempo, el no labrar disminuye el CO2 que se libera a la atmósfera, ya que las continuas labores oxigenan el terreno en exceso, lo que favorece la oxidación del carbono, que se emite en forma de CO2”.
Así, las técnicas de conservación son capaces de fijar de media, hasta 5,68 toneladas por hectárea y año de CO2 más que las técnicas convencionales en los primeros 10 años de implantación. Asimismo, reducen las emisiones de CO2 a la atmósfera hasta un 22%.
Cualquier proceso energético, un hecho conocido por todos, genera emisiones de CO2 a la atmósfera. Por lo tanto, toda actuación dirigida al ahorro de energía y combustible, como el menor número de labores, junto a optimización del uso de insumos agrarios y correcta ejecución de las operaciones, influye directamente en la menor emisión de gases de efecto invernadero. “Por todo ello, la agricultura de conservación puede representar, dentro de la cadena de producción agroalimentaria, un importante eslabón que ayude a reducir la huella de carbono dentro del sector agrario”, concluye el técnico.
La agricultura de conservación gana peso en nuestros campos, poco a poco
Básicamente, existen tres prácticas propias de la agricultura de conservación: la siembra directa y el mínimo laboreo en cultivos herbáceos y las cubiertas vegetales en cultivos leñosos.
La siembra directa es una práctica agronómica en la que no se realizan labores; al menos el 30% de su superficie se protege con restos vegetales, y la siembra se efectúa con maquinaria habilitada para sembrar sobre restos del cultivo anterior.
En el mínimo laboreo las únicas labores de alteración del perfil del suelo que se efectúan son de tipo vertical y, como mínimo, el 30% de su superficie se protege con restos vegetales.
Finalmente, las cubiertas vegetales en cultivos leñosos hacen posible que al menos un 30% de la superficie del suelo libre de copa, se proteja mediante una cobertura viva o inerte.
La primera se introdujo a escala comercial, a comienzos de la década de los 90, gracias sobre todo al lanzamiento de sembradoras de fabricación española, a un precio mucho más asequible que las de importación. “En los últimos años, la técnica de siembra directa se ha ido introduciendo además en el regadío, centrándose por el momento en cultivos como el maíz, girasol, guisantes y cereales de invierno; con algunas pruebas en adormidera, colza y nabo forrajero”, apunta Óscar Veroz.
En cuanto a las cubiertas vegetales en cultivos leñosos, los primeros trabajos de investigación se llevaron a cabo a principios de los años 80 por el Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica (IFAPA) en Andalucía y en cultivos como el olivar. Gracias a diversos programas llevados a cabo por la Junta de Andalucía y a la inclusión de una medida agroambiental dentro del Plan de Desarrollo Rural de esta comunidad favoreciendo su implantación en el olivar, hoy en día, el 59,6% de los cultivos que tienen cubierta son olivos, narran desde la Aeac-sv. En los últimos años, la práctica se ha implantado en otros cultivos como los cítricos (12,4%) y otros frutales (11,3%) (ESYRCE, 2011).
A la cuestión de si la agricultura de conservación se percibe, cada vez más, como una actividad necesaria, la respuesta es que sí, aunque todavía se trata de un proceso “lento y largo por razones más relacionadas con la predisposición personal que con la tecnología agronómica”. Entre los puntos en los que se debería trabajar más destacan la baja formación de muchos productores, la falta de técnicos especialistas en siembra directa y el desconocimiento sobre algunos aspectos como la fertilización localizada, el manejo de cubiertas vivas y la escasez de modelos y el encarecimiento de las sembradoras.