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Proyecto HAproWINE

Ecoetiquetas o sellos ambientales para el sector vinícola

Roser Gasol Escuer, responsable de comunicación de la Cátedra Unesco de Ciclo de Vida y Cambio Climático22/12/2012
En el marco del Proyecto Europeo LIFE + HAproWINE “Gestión integral de residuos y análisis del ciclo de vida del sector vinícola: De residuos a productos de alto valor añadido”, el consorcio en el que participa la Cátedra UNESCO de Ciclo de Vida y Cambio Climático pretende desarrollar un sello ambiental en el sector vinícola de Castilla y León. Con ello se quiere promover la oferta y demanda de aquellos productos con un menor impacto ambiental, que a su vez, puede estimular el gran potencial de las ecoetiquetas. ¿Pero qué son las etiquetas ecológicas? Conocer qué significan es clave para tomar decisiones más responsables con el medio ambiente.
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La viña es uno de los cultivos ancestrales de la antigua civilización mediterránea y ya en Egipto, Grecia y Roma se adoraba a los dioses Osiris, Dionisio o Baco, respectivamente. El vino, tradicionalmente asociado a las clases altas y las religiones, hoy en día, es una de las bebidas con mayor arraigo en nuestra dieta y cultura gastronómica. Según los últimos datos del Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, el consumo de vino por cápita en España es actualmente de 18 litros, aunque en los últimos años ha bajado significativamente. Pero uno debe saber que en todas las fases de producción vitivinícola se genera un impacto sobre el medio. El cultivo de tierras, la fabricación de botellas o el transporte del vino son procesos que consumen recursos naturales tales como agua, energía y materiales y producen emisiones y residuos al medio. Desde hace tiempo, algunas bodegas apuestan por incorporar criterios ambientales en la producción de vino y utilizan diferentes tipos de ecoetiquetas para informar sobre ello a los consumidores. Conocer la información contenida en las ecoetiquetas nos proporciona un mejor conocimiento del producto e información clave para tomar decisiones de compra más responsables con el medio ambiente.

El proyecto HAproWINE, desarrollado por un consorcio liderado por la Fundación Patrimonio Natural con la colaboración de la Fundación Centro Tecnológico de Miranda de Ebro (CTME), la Cátedra Unesco de Ciclo de Vida y Cambio Climático y la empresa PE International GmbH, promueve la prevención, recuperación y reciclado de los residuos generados en el sector vitivinícola, así como la identificación y el favorecimiento de la síntesis de compuestos de alto valor añadido que se pueden obtener a partir de diferentes fracciones de residuos.

Desde hace tiempo...
Desde hace tiempo, algunas bodegas apuestan por incorporar criterios ambientales en la producción de vino y utilizan diferentes tipos de ecoetiquetas para informar sobre ello a los consumidores.

Cada año se producen casi dos mil millones de toneladas de residuos en los Estados miembros de la Unión Europea, y esta cifra no deja de aumentar. ¨Mediante la prevención de la producción de residuos y la reintroducción de éstos en el ciclo de producción mediante el reciclado de sus componentes, no sólo conlleva un significativo menor impacto ambiental de los procesos industriales–, sino que además, puede ir acompañado de una reducción de costes que hace que la empresa generadora del subproducto pueda obtener un beneficio de un residuo en lugar de pagar por tratarlo. A la empresa que lo utiliza, por otra parte, le puede suponer una fuente de materia prima a menor coste, lo que se traduce igualmente en ahorro económico¨ explica Jesús Díez, director de programas de la Fundación Patrimonio Natural Consejería de Medio Ambiente de Castilla y León y coordinador del proyecto.

Con este propósito, HAproWINE está investigando la utilización de las fracciones ricas en azúcares como los orujos y lías para obtener polímeros biodegradables. Además, otros subproductos de la vid que no son utilizados para la fabricación del vino, como el tronco de la vid, el raspón o los hollejos, se están aprovechando para extraer fibras de celulosa y lignina, que al incorporarse como refuerzo en plásticos convencionales, hace que los materiales plásticos tengan unas mayores propiedades mecánicas y, por lo tanto, una mayor resistencia. Además, la porosidad de las fibras de celulosa hace que estos materiales sean aislantes y ligeros, de modo que resulta también muy interesante en aplicaciones como la construcción o la automoción, ya que permite ahorrar costes de calefacción o consumo de carburante. El equipo de trabajo de HAproWINE ya ha conseguido la producción de bioplásticos a partir de los residuos generados por el vino remarca Jesús Díez.

Otra actividad clave dentro del marco del HAproWINE, es el desarrollo de un sistema de ecoetiquetado en Castilla y León, comunidad autónoma que ocupa un lugar privilegiado en el mapa vitivinícola español y que cuenta con 5 denominaciones de origen. “Este sistema de ecoetiquetado o sello ambiental ofrecerá información ambiental del ciclo de vida del vino con el fin de estimular la demanda de productos con menores cargas ambientales” explica Cristina Gazulla, Sub-Directora de la Cátedra Unesco y líder de esta fase del proyecto. La finalidad es que el consumidor pueda comparar los productos de la misma manera que hoy compara el precio o el valor nutricional. Pero, ¿qué ecoetiquetas se están utilizando actualmente? ¿por qué crear un nuevo sistema de ecoetiquetado?

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Las de Tipo I o ecoetiquetas certificadas distinguen aquellos productos que tienen una calidad ambiental superior en relación a la media del mercado. Se basan en criterios que abarcan todo el ciclo de vida del producto como uso de recursos y energía, emisiones al aire, agua o suelo, generación de residuos, ruidos, etc. Llevan asociadas un logotipo que puede incorporarse en los envases de los productos, proporcionando información directa al consumidor final. Pueden encontrarse numerosos ejemplos de vinos que han obtenido la Ecoetiqueta europea de producción ecológica. Sin embargo, esta ecoetiqueta se centra en la fase de producción agrícola, dejando fuera elementos clave como los envases utilizados y, por otro lado, no ofrece información cuantitativa que permita comparar productos.

Las ecoetiquetas Tipo III o Declaraciones Ambientales de Producto (DAP o EPD en sus siglas en inglés) consisten en un informe de entre 2 y 40 páginas, con información cuantitativa detallada sobre los diferentes tipos de impacto ambiental asociados al ciclo de vida del producto realizada por el propio fabricante y que acostumbra a ser verificada por una entidad independiente, en el marco de un programa de ecoetiquetado. Indican, entre otros, el potencial de calentamiento global, la disminución de ozono estratosférico, la acidificación o el consumo total de energía asociados al producto. Dada la naturaleza técnica de los datos incluidos en una DAP, este tipo de ecoetiqueta está más orientada a la comunicación entre empresas y no tanto al consumidor final. Las empresas suelen publicar las DAP en sus páginas web o bien en la página web del programa de ecoetiquetado que las ha otorgado. Actualmente son pocos los ejemplos de DAP de vinos que pueden encontrarse, sin que se haya detectado ningún caso en España. “Las DAP facilitan la comunicación objetiva, creíble y comparable del comportamiento ambiental de los productos” explica Gazulla. La investigadora recalca que “permiten la comparación de productos similares siempre y cuando se hayan seguido las mismas reglas de categoría de producto específico del sector industrial al que pertenece dicho producto, se basen en todo el ciclo de vida de un producto y se aplique la misma unidad funcional. Su credibilidad depende fundamentalmente de quién ha realizado el Análisis de Ciclo de Vida y de quién ha verificado la DAP”. Sin embargo, se trata de ecoetiquetas difíciles de entender por parte del consumidor final.

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La huella de carbono es otro tipo de ecoetiqueta ambiental que puede encontrarse asociada a productos de vino. Esta etiqueta que indica las emisiones de dióxido de carbono (CO2) equivalente asociadas al producto, es en realidad un tipo de ecoetiqueta DAP en la que únicamente se considera un tipo de impacto ambiental: el calentamiento global. Al igual que las de Tipo I, al poder integrarse en el envase del producto, puede ayudar al consumidor a decidir qué producto comprar en base a las emisiones de CO2. En España, El Grupo Matarromera SL ha sido el primer grupo bodeguero español en obtener la certificación del cálculo de la huella de carbono por la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR), que actualmente preside la Red Mundial de Etiquetado. Emina Verdejo (D.O. Rueda) y Bodegas Ochoa son otros ejemplos de bodegas pioneras. Esta última, además, compensa las emisiones derivadas de su actividad mediante la plantación de olivos en sus propios terrenos a través de Huellacero, iniciativa que certifica el cálculo, reducción y compensación de las emisiones de CO2 que las empresas generan con su actividad.

No obstante, la compensación de emisiones mediante la plantación de árboles es un tema controvertido y entidades como FERN, una ONG con sede en Bruselas que realiza un seguimiento de las políticas y acciones de la Unión Europea en materia de bosques, se opone a la inclusión de los bosques en los esquemas de compensación de carbono. “Las compensaciones con carbono biológico no reducen las emisiones, simplemente las reemplazan, ya que no reconocen que no todo el carbono es igual. Para el clima existe una diferencia muy grande entre una tonelada de CO2 que permanece en el suelo como petróleo o carbón, o una tonelada atrapada en los árboles en crecimiento. El ciclo del carbono biológico es rápido, y la media de captación de ese carbón es de 20 años, pero el ciclo del carbono geoquímico es de muy larga duración. Es la emisión de este carbono la que genera el cambio climático” indica Iola Leal, experta en gobernanza forestal. Por otro lado, las huellas de carbono se centran en un único aspecto ambiental, cuando sabemos que la relación entre los productos y el medio ambiente es compleja.

Una vez analizados los pros y contras de cada tipo de ecoetiqueta, desde el proyecto HAproWINE se está desarrollando una ecoetiqueta mixta de Tipo I y de Tipo III, y que además contemple la posibilidad de incluir la huella de carbono. De esta manera, se quiere llegar tanto a consumidores finales como a compradores profesionales (hosteleros, distribuidores, importadores, etc.), ofreciendo a la vez información cuantitativa detallada y otra más visual que ayude a identificar rápidamente los mejores productos. Para ello es fundamental la participación de los distintos agentes que integran la cadena de valor del vino en Castilla y León, así que se cuenta con un grupo de consulta multidisciplinar que agrupa 15 bodegas, productores, denominaciones de origen, cooperativas y otras asociaciones que aportan su visión sobre los aspectos a tener en cuenta para diseñar el sello como, por ejemplo, qué información y cómo se quiere comunicar en sus productos, cómo integrarlo en las botellas, etc.

En cualquier caso, cabe destacar que en España las etiquetas ambientales son voluntarias, así que esta iniciativa por parte de las empresas refleja una imagen de compromiso con el medio ambiente al incorporar una serie de criterios ambientales en sus productos. Aunque puede que algunos lo utilicen como herramienta de relaciones públicas, quedó muy patente el compromiso del sector vinícola en la lucha contra el cambio climático en la primera edición de las jornadas Wineries for Climate Protection, celebrada en Barcelona en junio del 2011. A juicio de María Sevillano, responsable del Departamento de I+D+i del Grupo Matarromera S.L. —que es una de las bodegas que participan en el proyecto HAproWINE— “hay cada vez más distribuidores concienciados con temas de sostenibilidad que solicitan productos más responsables”. Daniel Goleman, influyente psicólogo estadounidense autor de 'Inteligencia Emocional', afirmaba en una entrevista a El País, que “cuando la sociedad sepa qué impacto ecológico tiene cada producto que consume, empezará a poder consumir por valores, dejando de hacerlo por impulsos”. Y de hecho en los últimos años ya se ha detectado una creciente responsabilidad ecológica ciudadana y una conciencia de recuperar el equilibrio ecológico.

Ahora sólo tenemos que empezar a leer las etiquetas al comprar un producto.

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