La trampa de la renta agraria
Ignacio Ruiz Abad, secretario general de la Asociación Nacional de Maquinaria Agropecuaria, Forestal y de Espacios Verdes (ANSEMAT)
05/10/2021El autor analiza la evolución mostrada por el mercado de la maquinaria agrícola y dibuja un escenario actual marcado por un incremento en los costes y una menor capacidad de inversión de agricultores y ganaderos.
La comercialización de maquinaria agrícola en la Unión Europea está estrechamente vinculada a los vaivenes legislativos y el mercado lleva más de dos décadas mostrando sus efectos, aunque a veces sea necesario investigar qué hay detrás de los simples números para evitar llegar a conclusiones erróneas.
Lejanos quedan ya los días en los que se vendían máquinas atendiendo a listas de pedidos, y casi era irrelevante lo que hicieran los competidores porque la demanda cubría la oferta de las empresas. Muchas variables han cambiado desde entonces, y ni mucho menos para bien.
Si nos fijamos en la demanda de maquinaria, observamos a agricultores que han visto cómo sus producciones dejaban de tener precios garantizados, y debían someterse a la voluntad de los mercados internacionales. Años en los que los precios subían y bajaban, pero se podía incrementar la producción para poder compensar potenciales caídas de precios. Años en los que el valor de la producción aún les permitía afrontar nuevas inversiones y se capitalizaban las explotaciones agrícolas. Pero esta situación no era equilibrada en todos los países y sus regiones, y aquellas que tenían los recursos para crecer, lo conseguían; pero otras se iban quedando atrás y la desigualdad aumentaba año tras año. El cambio de la política agraria de hace ya casi dos décadas buscaba, a grandes rasgos, reducir estas desigualdades y casi lo consigue, si no fuera porque el incentivo de aumentar los ingresos gracias a aumentos de producción se desvanecía con el cambio estructural de las ayudas de Bruselas. Los analistas económicos han criticado duramente durante décadas las ayudas al sector agrario porque no conseguía hacer realidad los efectos esperados cuando se diseñaban alrededor de una mesa. Y no les falta razón, pero lo difícil es ahora cambiar un sector económico que es esencial y que consigue subsistir gracias a estas ayudas porque el nivel de exigencia a sus producciones es tan alto que difícilmente se consigue rentabilizar una explotación agraria si no es gracias a subvenciones.
A los agricultores y ganaderos se les dice que los consumidores quieren productos de calidad y seguros, pero esos mismos consumidores ven cómo su poder adquisitivo se va reduciendo y cambian hábitos de consumo alimentario y buscan estabilidad de precios en sus mercados habituales. Sin embargo, los costes de producción no hacen más que aumentar y ponen en riesgo continuamente la viabilidad económica de las explotaciones agrarias.
Se anuncia que la renta agraria crece porque aumenta la producción —recordemos que los precios de los cultivos extensivos no han aumentado desde las crisis alimentarias de hace una década, y que sólo ahora tras la crisis sanitaria mundial se les han permitido crecer—, pero entre las variables de la renta agraria hay una que nos afecta en particular a los proveedores de bienes de inversión como es el caso de la maquinaria agrícola. Se suele decir que el endeudamiento tiene efectos positivos en el largo plazo ya que mejora los recursos productivos, y este se traduce en amortizaciones de los bienes en las cuentas de la renta agraria que se restan de los ingresos junto a otros consumos intermedios (piensos, semillas, fertilizantes, energía, etc.). Pero si estas amortizaciones no aumentan es porque no se está capitalizando el sector, y la inversión en maquinaria disminuye. El horizonte económico del sector no es, por lo tanto, esperanzador si nos basamos en lo que establece la teoría económica que ha sido validada empíricamente en otros muchos sectores. Normalmente, las subvenciones directas pueden ayudar a la capitalización, pero cuando el problema es tan grave, poco pueden hacer. Las subvenciones no son la solución para todos los problemas, pero tampoco se debe prescindir de ellas.
La legislación europea que afecta a la fabricación de máquinas nuevas se ha ido complicando y cambiando a tal velocidad que las empresas se ven obligadas a aumentar los precios, ya que los volúmenes de producción no absorben las subidas de costes a las que se enfrentan continuamente. Y cuando no son cambios legislativos son especulaciones en otros sectores proveedores de materias primas (como es el caso actual del espectacular incremento de los precios del acero y otras materias primas industriales). Si desde el sector público no se controlan estos shocks que se producen en la oferta y se tiene que garantizar la producción, la única forma de la que disponen los fabricantes es incrementar los precios. De hecho, el caso más sencillo de observar ha sido el de los tractores, que han tenido que aumentar el precio con cada fase de reducción de gases contaminantes impuesta desde Bruselas.
Cómo mejorar la renta
Los agricultores y ganaderos, por su parte, se enfrentan a sus propios problemas y ven que los ingresos no aumentan al mismo ritmo que los costes, y deben decidir qué hacer. Los consumos intermedios no son negociables ya que sin ellos no producen, así que lo que les queda es reducir su renta disponible para mejorar las explotaciones a largo plazo. Se reduce la inversión en maquinaria nueva y se revitalizan los mercados de segunda mano. Podemos entonces entender perfectamente la incoherencia que se produce cuando un legislador quiere reducir las emisiones de gases de los tractores nuevos, pero no se preocupa de lo que ocurre en el mercado real cuando un agricultor se ve forzado a invertir en un tractor antiguo cuyos niveles de emisiones son mayores. Y si esto falla, el resto de los beneficios que pueden aportar las máquinas nuevas a la agricultura se desvanecen.
La maquinaria agrícola nueva colabora en la mejora de la rentabilidad de las explotaciones agrarias, aparte de los beneficios medioambientales y de seguridad, y la digitalización es un nuevo paso en esta mejora; pero si los agricultores y ganaderos no podían invertir antes de equipos nuevos, ¿qué hace pensar que ahora sí, sin cambiar prácticamente nada para mejorar su renta?
Se puede mejorar la formación, adecuar las tecnologías a las explotaciones, orientar ingresos a la capitalización de las explotaciones, y buscar herramientas que permitan el uso compartido de máquinas y que garanticen su renovación continua para seguir mejorando la rentabilidad.
Apoyo a los cultivos especiales
No se puede esperar a ver qué pasa porque ya se vislumbra que no va a ser bueno, sobre todo cuando en otros países apuestan seriamente por la mejora de los sectores productivos como base para garantizar un futuro sostenible. No se puede seguir pensando en el corto plazo porque es insostenible.
Hay que proteger todas las producciones, pero también incentivar aquellas en las que se pueden liderar mercados, sin dejar de tener puestos los ojos en el horizonte porque nos pueden adelantar por distintos lados y dejarnos atrás. Los cultivos especiales son muy importantes para las cuentas económicas de nuestro país, y mejoran la balanza comercial año tras año, pero otros países ya han visto su poder estratégico y quieren empezar a producir cuando tradicionalmente no lo hacían. No debemos quedarnos como espectadores del cambio y seguir apoyando a todos los profesionales que dedican su esfuerzo a que España lidere el cambio tecnológico.
A pesar de todo se ha conseguido progresar, pero hay mucho por hacer todavía, y con el apoyo del sector público quitando piedras del camino, en lugar de construyendo desvíos y poniendo obstáculos, será una labor más sencilla para todos los que trabajamos en el sector. Se ocupa el mismo tiempo viendo formas de mejorar que poniendo trabas, simplemente hay que elegir lo que es mejor para todo el conjunto del sector agrario.